sábado, 30 de marzo de 2013

LA PALABRA DE DIOS

DOMINGO DE RESURRECCIÓN

Eugene Burnand
"Pedro y Juan camino del sepulcro"
Museo del Louvre

La Pascua significa que podemos resucitar, que podemos experimentar una vida nueva. El cristiano no cree en la vida futura, sino en la vida eterna, que ha comenzado ya, que se vive ya desde ahora.
Para que la Pascua sea una realidad plena se debe aceptar la muerte de esas zonas de la propia alma en la que se está demasiado vivo: intereses, temores, tristezas, egoísmos. Y hay que resucitar en esas zonas en las que estamos demasiado muertos: resucitar a la fe, a la esperanza, al perdón, al amor, a la paz, a la alegría.
Los primeros relatos evangélicos reflejan las dudas de los discípulos. No les resultaba fácil creer. Ante el sepulcro vacío, pensaban que alguien había robado el cuerpo del Señor. El evangelio dice que “hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos”. Sin embargo, casi inmediatamente después de ese desconcierto inicial, Jesús, con sus apariciones, va recuperando a todos sus discípulos. Empiezan torpemente a creer en la Resurrección.
Hoy podemos decir que lo que celebramos en nuestras iglesias es que Jesús resucitó y está vivo entre nosotros. Con Él no pudieron los poderes de este mundo, ni la muerte. Simboliza el triunfo de lo pobre, lo débil y lo sencillo en las manos de Dios. Al que en la cruz parecía un pobre ser humano, derrotado por las fuerzas del mal, Dios le dio la razón y lo resucitó. Y como está resucitado, está vivo y anda con nosotros en la lucha contra el mal y el pecado. Jesús va delante, el primero de los hermanos, animando e iluminando nuestra andadura cristiana.
No se nos olvide que la cruz es el camino de la resurrección. La cruz es también nuestro camino. Tendremos que dejarle al Señor entrar en nuestra vida para crecer en sencillez, en solidaridad con los pobres y en servicio humilde a nuestros hermanos. Así pasamos a ser personas nuevas, resucitadas, con los rasgos de Jesús. Gente que solo piensa en ella misma y hace su vida eludiendo todo compromiso solidario, hay mucha. Los cristianos tenemos otro estilo de vivir: el de Jesús.
El Resucitado está ahí, en medio de nuestras pobres cosas, sosteniendo para siempre todo lo bueno, lo bello, lo limpio que florece en nosotros.
Él está en nuestras lágrimas y penas como consuelo permanente y misterioso. Él está en nuestros fracasos e impotencia como fuerza segura que nos defiende. Él está en nuestras depresiones acompañando en silencio nuestra soledad y nuestra tristeza incomprendida.
Él está en nuestros pecados como misericordia que nos soporta con paciencia infinita y nos comprende y nos acoge hasta el fin. Él está incluso en nuestra muerte como vida que triunfa cuando parece extinguirse.
Ningún ser humano está solo. Nadie vive olvidado. Ninguna queja cae en vacío. Ningún grito deja de ser escuchado. El Resucitado está con nosotros y en nosotros para siempre.
Por eso, hoy es la fiesta de los que se sienten solos y perdidos. La fiesta de los que se avergüenzan de su mezquindad y su pecado. La fiesta de los que no están limpios, de los que se sienten muertos por dentro. La fiesta de los que gimen agobiados por el peso de la vida y la mediocridad de su corazón.
Hoy es la Fiesta de vida. La fiesta de todos los que nos sabemos mortales pero hemos descubierto en Cristo resucitado la esperanza de una vida eterna.
Felices los que esta mañana de Pascua dejen penetrar en su corazón las palabras de Cristo: “Tened paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero, ánimo, yo he vencido al mundo”.


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