DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Eugene Burnand
"Pedro y Juan camino del sepulcro"
Museo del Louvre
La Pascua significa que podemos
resucitar, que podemos experimentar una vida nueva. El cristiano no cree en la
vida futura, sino en la vida eterna, que ha comenzado ya, que se vive ya desde
ahora.
Para que la Pascua sea una realidad
plena se debe aceptar la muerte de esas zonas de la propia alma en la que se está
demasiado vivo: intereses, temores, tristezas, egoísmos. Y hay que resucitar en
esas zonas en las que estamos demasiado muertos: resucitar a la fe, a la
esperanza, al perdón, al amor, a la paz, a la alegría.
Los primeros relatos evangélicos reflejan las
dudas de los discípulos. No les resultaba fácil creer. Ante el sepulcro vacío,
pensaban que alguien había robado el cuerpo del Señor. El evangelio dice que
“hasta entonces no habían entendido la Escritura : que Él había de resucitar de entre los
muertos”. Sin embargo, casi inmediatamente después de ese desconcierto inicial,
Jesús, con sus apariciones, va recuperando a todos sus discípulos. Empiezan torpemente a creer en la Resurrección.
Hoy podemos decir que lo que
celebramos en nuestras iglesias es que Jesús resucitó y está vivo entre
nosotros. Con Él no pudieron los poderes de este mundo, ni la muerte. Simboliza
el triunfo de lo pobre, lo débil y lo sencillo en las manos de Dios. Al que en
la cruz parecía un pobre ser humano, derrotado por las fuerzas del mal, Dios le
dio la razón y lo resucitó. Y como está resucitado, está vivo y anda con
nosotros en la lucha contra el mal y el pecado. Jesús va delante, el primero de
los hermanos, animando e iluminando nuestra andadura cristiana.
No se nos olvide que la cruz
es el camino de la resurrección. La cruz es también nuestro camino. Tendremos
que dejarle al Señor entrar en nuestra vida para crecer en sencillez, en
solidaridad con los pobres y en servicio humilde a nuestros hermanos. Así
pasamos a ser personas nuevas, resucitadas, con los rasgos de Jesús. Gente que
solo piensa en ella misma y hace su vida eludiendo todo compromiso solidario,
hay mucha. Los cristianos tenemos otro estilo de vivir: el de Jesús.
El Resucitado está ahí, en
medio de nuestras pobres cosas, sosteniendo para siempre todo lo bueno, lo
bello, lo limpio que florece en nosotros.
Él está en nuestras lágrimas
y penas como consuelo permanente y misterioso. Él está en nuestros fracasos e
impotencia como fuerza segura que nos defiende. Él está en nuestras depresiones
acompañando en silencio nuestra soledad y nuestra tristeza incomprendida.
Él está en nuestros pecados
como misericordia que nos soporta con paciencia infinita y nos comprende y nos
acoge hasta el fin. Él está incluso en nuestra muerte como vida que triunfa
cuando parece extinguirse.
Ningún ser humano está solo.
Nadie vive olvidado. Ninguna queja cae en vacío. Ningún grito deja de ser
escuchado. El Resucitado está con nosotros y en nosotros para siempre.
Por eso, hoy es la fiesta de
los que se sienten solos y perdidos. La fiesta de los que se avergüenzan de su
mezquindad y su pecado. La fiesta de los que no están limpios, de los que se
sienten muertos por dentro. La fiesta de los que gimen agobiados por el peso de
la vida y la mediocridad de su corazón.
Hoy es la Fiesta de vida. La fiesta
de todos los que nos sabemos mortales pero hemos descubierto en Cristo
resucitado la esperanza de una vida eterna.
Felices los que esta mañana
de Pascua dejen penetrar en su corazón las palabras de Cristo: “Tened paz en
mí. En el mundo tendréis tribulación, pero, ánimo, yo he vencido al mundo”.
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