ASCENSIÓN DEL SEÑOR
17 MAYO 2015
+Lectura del santo Evangelio según San Marcos
En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo: – Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.
El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la palabra con los signos que los acompañaban.
Pocas experiencias más duras que la despedida a la persona querida que la muerte nos arranca para siempre. Ya no podremos abrazarla, mirarla a los ojos, escuchar sus confidencias, hablar con ella como en otros tiempos. Su habitación ha quedado vacía. Ya no está. Nadie podrá llenar su ausencia.
En medio de la pena inmensa, comienzan a surgir las preguntas: ¿Por qué ha tenido que ser así?, ¿cómo puede Dios permitirlo?, ¿por qué nos ha dejado solos?, ¿por qué ahora que tanto la necesitábamos? Así sienten esposos, amigos o cuantos pierden a un ser querido.
La muerte no ha logrado, sin embargo, arrancar a esa persona de nuestro corazón. La seguimos queriendo. Podemos recordarla, reavivar lo que hemos compartido y vivido juntos, lo que nos ha querido comunicar a lo largo de los años. Tal vez no la hemos comprendido del todo; sin duda, la podíamos haber querido más. No es el momento de culpabilizarnos. Ahora nos queda el amor con que esa persona nos ha acompañado durante su vida.
Tenemos mucho que agradecer. Esa persona, con todas sus limitaciones y deficiencias, ha sido un regalo. Hemos disfrutado de su presencia. Nuestra vida ha sido más dichosa gracias a su compañía y amistad. Su partida no podrá nunca destruir lo vivido. La muerte le ha separado de nosotros, pero la ha conducido hasta el misterio insondable de Dios. Allí nos espera.
Al despedirse de sus discípulos, Jesús les habla así: “Me voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo para que donde yo estoy, estéis también vosotros”. Todos tenemos ya un lugar preparado por Cristo para cada uno de nosotros en el corazón de Dios. Pero lo que creemos de Jesús lo podemos también esperar de las personas queridas que nos han precedido en la muerte.
Cuando se nos muere un ser querido se lleva consigo hacia Dios todo lo bueno que ha compartido con nosotros: el amor, la amistad, las experiencias gozosas de la vida. De esta manera, esa persona introduce algo nuestro en el misterio de Dios. Cuando un día abandonemos esta vida, no partiremos hacia lo desconocido, sino hacia un hogar en el que nos espera ese Jesús al que hemos querido tanto en esta vida y esas personas amigas a las que no hemos querido mucho menos. Allí nos volveremos a encontrar y nos sentiremos para siempre en nuestra verdadera casa. Es bueno recordarlo en esta fiesta de la Ascensión del Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario