DOMINGO XXXII
8 NOVIEMBRE 2015
8 NOVIEMBRE 2015
+ Lectura del Santo Evangelio según San Marcos.
En aquel tiempo enseñaba Jesús a la multitud y les decía:
– ¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa.
Estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.
Llamando a sus discípulos les dijo:
– Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado de lo que tenía para vivir.
Hablando un médico barcelonés sobre la importancia y el valor de los pequeños detalles y de las cosas insignificantes contaba que, en sus primeros años de médico cirujano, un día se encontró con un pobre tendido, revolcándose en el dolor en una calle de Barcelona. Se acercó y comprobó que padecía un ataque de apendicitis. Llamó a un taxi, se lo llevó al quirófano y lo operó. A los ocho días, al darle el alta, el pobre de solemnidad, que no podía pagar nada porque nada tenía, metió su mano en el bolsillo y, mostrando una peseta, le dijo: «Doctor, le doy todo cuanto tengo». Y se la depositó en la palma de la mano. El médico cirujano terminaba diciendo: «Nadie me pagó tanto ni tan bien como aquel pobre. Me dio todo lo que tenía. Por eso le puse un marco a aquella peseta, que tanto ha significado en mi vida; y colgué aquel cuadro en un lugar preferente de mi despacho».
Según el Evangelio de hoy, Jesús vio que una viuda pobre echaba unos reales en el arca de las ofrendas del templo, mientras muchos ricos echaban en cantidad, y dijo a sus discípulos: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie, porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir» (Mc 12,43,44). No olvidemos que en aquellos tiempos, en que no había la Seguridad Social, los huérfanos y las viudas eran las personas más necesitadas. En nuestro mundo, en este mundo de los hombres, la generosidad se mira por la cantidad y no por la calidad. Se valora más al que da mil euros que al que da diez, y al que da diez más que al que da uno. La prensa, las revistas alaban al que da una gran cantidad. Y en la valoración del trabajo ocurre lo mismo. El trabajo del pobre, del humilde, no cuenta, pasa desapercibido, mientras que el trabajo de los grandes, de los poderosos es muy nombrado y recompensado.
Un sacerdote cordobés, contó lo siguiente: «En mi parroquia, vivía un hombre paralítico de sus dos piernas. Pues bien; este señor se dedicaba a vender pescado para poder vivir y, para ello, le hacían montar en un borriquillo y a las cuatro de la mañana salía todos los días para Pueblonuevo, distante veinticinco kilómetros de su aldea. Recogía dos cajas de pescado, que allí le ponían sobre el borriquillo, y volvía de aldea en aldea vendiendo su pescado, terminando a las tres o a las cuatro de la tarde; y esto todos los días, en invierno y en verano. En una reunión que se tuvo en Fuenteovejuna para organizar un homenaje a una maestra de escuela, se me ocurrió preguntar por qué no se proponía a este hombre para la medalla al mérito del trabajo o para alguna otra condecoración, pero esta idea pareció tan descabellada que por respuesta sólo recibí una burlona sonrisa». Hermanos, muy bien que a aquella maestra se le dedicase el homenaje, que por otra parte no había hecho sino cumplir fielmente con su deber. Hasta eso llegamos; se cumple tan poco que el que lo cumple se hace merecedor de un homenaje, pero ¿por qué no a aquel humilde vendedor de pescado, que por otra parte prestaba un magnífico servicio a todas aquellas aldeas? Dios, sin embargo, como hemos visto en las lecturas de hoy, tiene otra forma de valorar. No se fija tanto en la cantidad de la limosna sino en la calidad, porque no es lo mismo dar mil euros cuando se tienen doscientos mil y quedan todavía ciento noventa y nueve mil, que dar cien euros cuando sólo se tienen doscientos o nada más que los cien que se dan. Y en el trabajo de los hombres ocurre otro tanto. Dios valora la intención, el esfuerzo, la alegría con que se hace; y los hombres, sin embargo, lo valoramos por su brillantez. Ante los ojos de Dios el mismo valor puede tener el trabajo de un simple albañil que el trabajo de un ministro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario