
4º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
31 DE ENERO 2016
+ Lectura del santo Evangelio según san Lucas
En aquel tiempo comenzó Jesús a decir en la sinagoga: – Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: – ¿No es éste el hijo de José?
Y Jesús les dijo: – Sin duda me recitaréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm.
Y añadió: – Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio.
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba el pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Siempre tenemos razones para resistirnos a las llamadas y las visitas de Dios. Jesús tiene experiencia de estas resistencias y razonamientos del corazón humano.“Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”. (Jn 1,11) Y ahora que Jesús visita a su pueblo lo vuelve a experimentar en carne propia. Como siempre, los hombres necesitamos pedirle sus credenciales a Dios, su DNI, con el que se identifique. A Jesús se lo dijeron bien claro. “Haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún”. Reconocen que tiene “palabras de gracia”, de salvación, de liberación. Pero tampoco ellos quieren creer a la palabra de Dios. Le exigen señales, signos que lo acrediten. ¿Por qué será que en la puerta de nuestro corazón Dios siempre encuentra una especie de aduana para revisar su equipaje antes de darle paso y abrirle la puerta? Dios no es de los que empuja la puerta. Es de los que llama. Es los que toca primero y pide permiso. ¿No sería mejor que lo recibiésemos dándole la bienvenida con una canción? O incluso, ¿no sería mejor que nos quedásemos pasmados y admirados de su amor y su cariño por nosotros, en callado silencio ante su presencia? ¿No sería mejor mirarle a la cara y descubrir en ella su sonrisa de gracia y de amor? Dios no nos pide ni exige nada cuando quiere ser nuestro huésped. Dios no nos cobra ni nos pide señal alguna. Dios solo quiere que le abramos la puerta, que le aceptemos gozosos, ¿Acaso nos parece un precio demasiado elevado para quien llega a nosotros con “palabras de gracia”? Un día me encontré con un joven desesperado consigo mismo. “Mi vida, es un asco. Yo siento asco hacia mí, porque he vivido una vida vacía metida en todos los lodazales. Y como verá, para mi edad de veintiséis años, es un verdadero asco. Y no sé qué hacer con ella”. En ese momento yo tenía en mis manos uno de los volúmenes de la Obra de Tagore. Y le respondí: ¿quieres que te lea unas frasecitas? Escucha: “Perdí mi corazón por el camino polvoriento del mundo; pero tú lo cogiste en tu mano. Se esparcieron todos mis deseos, tú los recogiste y los fuiste enhebrando en el hilo de tu amor. Vagaba yo de puerta en puerta, y a cada paso me acercaba más a tu portal”. ¿Quién es ese tipo? Puedes ser tú mismo. ¿Pero de quién es esa mano y ese portal? Es la mano y el portal de Dios. ¿Y usted cree que Dios se va manchar las manos con esta basura? Le encanta ensuciarse las manos con toda la basura del corazón humano. ¿Pero eso tendrá un precio? Ninguno. Al contrario, es Él quien paga por llevarse esa basura de tu vida. Pero ¿y qué debo hacer, porque a mí no me parece nada fácil? Facilísimo. Basta que tú te dejes, que abras la puerta de tu corazón y le dejes entrar. ¿Y qué negocio piensa hacer Dios con la basura de mi vida, también él la recicla? Efectivamente la recicla cambiando tu corazón y tu vida en un corazón y en una vida nuevos. Lo llevé a la Iglesia y lo dejó solo en silencio. Yo me alejé un poco y dejé que se desahogase en lágrimas ante el Señor. Cuando se levantó, limpió con el pañuelo sus ojos y me pidió lo confesara. Lo hice allí mismo sentados en un banco. Desde entonces, cada vez que me encuentra me saluda siempre con “aquí la basura reciclada”. No le pidamos a Dios documentos de identidad. Escuchemos sus “palabras de gracia” y dejémosle entrar y recibámoslo con una sonara canción o en silencio.
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