lunes, 25 de enero de 2016

LA PALABRA DE DIOS

5º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
7 FEBRERO 2016
+ Lectura del santo Evangelio según San Lucas
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: – Rema mar adentro y echad las redes para pescar.
Simón contestó: – Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos conseguido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes. Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: -Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón: – No temas: desde ahora serás pescador de hombres.
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.


Cuando Dios, en su deseo de seguir haciéndose presente entre nosotros, nos dice como a Isaías: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?… ¿Cuál es nuestra respuesta?
La experiencia de cualquier sacerdote o la de cualquier cristiano, es que si no ponemos obstáculos a Dios y le dejamos actuar en nosotros, Él es capaz de realizar maravillas…
En el terreno sacramental eso es evidente: ¿qué son mis manos para perdonar los pecados, o mi palabra para convertir un trozo de pan en el Cuerpo de Cristo? Alguien “funciona” dentro de mí para que eso “suceda”…
Pero lo mismo ocurre en otros terrenos misteriosos: ¿qué cristiano no ha sembrado esperanzas en días en que la creía perdida? ¿Cuántas veces hemos dado alegría a alguien y nos hemos alejado pensando que éramos nosotros quienes más la necesitábamos?
A veces te ocurren cosas misteriosas. Un día se acerca alguien a ti y te dice que desde hace 20 años se alimenta de una frase que tú dijiste una vez. Tu te preguntas de qué frase se trata. Y cuando te la dicen, tú jurarías que esa idea jamás pasó por tu cabeza, que la dijiste casualmente. Y mira por donde la flecha fue derecha al blanco que la necesitaba.
Cualquier sacerdote sabe que tal vez ha preparado una charla o una homilía con todo cuidado y que, de pronto, según está hablando, le sube a los labios una frase en la que ni había pensado. Y luego resulta que es precisamente la que alguien de los oyentes estaba necesitando.
A mí me ha ocurrido lo de venir alguien a darme las gracias por algún artículo o algunas palabras que le ayudaron a resolver en su casa algún problema. Y yo ni acordarme. ¿Tengo un ángel custodio que escribe o habla por mí?
Nuestro problema está, entonces en ser buenos transmisores, volvernos transparentes, para que pueda verse detrás de nosotros al Dios escondido que llevamos dentro. Y luego repartir sin tacañerías lo poquito que tenemos –esa pizca de fe, esa esquirla de esperanza, esos gramos de alegría-, sabiendo que no faltará quien venga a multiplicarlo como el pan del milagro.

Todos debemos salir a pescar, a predicar el Evangelio de Jesús con nuestras palabras y con nuestra vida, en nuestras familias, con nuestros hijos, nietos, padres o hermanos…; en nuestro pueblo: con nuestros amigos, vecinos, conocidos…, en nuestros lugares de trabajo o de estudio: con nuestros compañeros; en nuestros lugares de diversión… hacer realidad los valores del Evangelio: el perdón, el amor, la comprensión, la generosidad, la solidaridad…
Esta labor de ser mensajeros del Evangelio de Jesús no la hacemos los cristianos en el templo, sino en la VIDA… donde vivimos y con quienes vivimos; compartiendo sus alegrías y sus penas, sus gozos y sus problemas, sus éxitos y sus fracasos.
Donde las personas trabajamos, luchamos, sufrimos y disfrutamos es donde tenemos que hacer presente el Evangelio de Jesús…
Ahí es donde tenemos que demostrar que el evangelio nos puede dar luz que nos ayude a todos a ser más felices. Ahí es donde los cristianos debemos ser responsables de anunciar a los demás nuestra fe.
Cuando Dios nos diga como a Isaías: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?” Isaías contesta a Dios diciendo: “Aquí estoy, mándame a mí”.
Así es como los cristianos nos hemos ido metiendo en multitud de tareas y preocupaciones. Si pudiéramos investigar en lo profundo de tantas vidas de cristianos que han trabajado y se han desvivido en tareas de catequesis, o visitando enfermos o atendiendo a los pobres, o desviviéndose por defender a los más destrozados de este mundo…; quizá descubriríamos que un día Dios, desde muy cerca, les habló diciendo: ¿Quién irá por mí?… Y ellos contestaron: Aquí estoy, Señor. Mándame a mí.
Eso es lo que tendría que suceder en cada Eucaristía, después de saborear este encuentro con el Señor, aquí… Debiéramos decirle a Dios al terminar la celebración: Aquí estoy, Señor. Mándame a mí… a seguir anunciando tu Evangelio a lo largo de toda la semana.
Sería hermoso que cada eucaristía nuestra, fuera ese momento de encuentro sabroso con el Señor que nos cambia por dentro y que nos pone en marcha para hacer nuestro mundo un poco más humano y más fraterno, según los planes de Dios.

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