3º DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO
24 ENERO 2014
+ Lectura del santo Evangelio según san
Lucas
Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la
tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros,
siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos
oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo
exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para
que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos los alababan.
Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: – Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos los alababan.
Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: – Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
Enséñame a
predicar
Érase una vez un
seguidor de San Francisco de Asís que le pedía: “Francisco, enséñame a
predicar”. Y San Francisco le llevaba a visitar a los enfermos, a ayudar a los
niños, y a dar comida a los pobres. Juntos recorrían las calles de Asís
haciendo el bien a todos. El discípulo le preguntaba , ¿pero cuándo me vas a
enseñar a predicar? Francisco le contestaba: “hermano, ya estamos predicando”.
Predicando con el ejemplo, con la vida. Nuestra manera de vivir es nuestra predicación. No hace falta tener un micrófono o subir al púlpito para predicar. Todos somos predicadores. Nuestra presencia en la iglesia predica nuestra fe, nuestro amor a Jesús y nuestro deseo de vivir como él vivió.
Cuando usted viene a reunirse con los hermanos en la iglesia, está predicando.
Cuando usted se queda en la cama el domingo, está predicando.
Cuando dice: qué frío hace hoy. Me quedo en casa. Está predicando.
Cada vez que voy al dentista me hace siempre la misma pregunta: “¿Con anestesia o sin anestesia?” A veces, le contesto: hoy, sin anestesia.
La predicación en la iglesia debiera ser siempre sin anestesia.
Sin anestesia se siente más la aguja y el torno, pero no estás ocho horas con las mandíbulas dormidas.
Es más hermoso y práctico un sermón que vemos que un sermón que oímos.
Es más eficaz un sermón que camina que un sermón que se grita. ¿Por qué?
Porque el ojo es mejor alumno que el oído y el ejemplo es más claro que el consejo.
Ambos son necesarios: el sermón que camina y el sermón que se grita, el sermón que nos entra por los ojos y el que nos entra por los oídos.
Y esta es la historia de Jesús de Nazaret.
San Lucas, 4, 14-21, nos dice que Jesús volvió a su pueblo, Nazaret, lleno del Espíritu, enseñaba en la sinagoga y aquel día abrió el libro e hizo la lectura del profeta Isaías.
Todos tenían los ojos fijos en él.
Terminada la lectura dijo: “Hoy se cumplen estas profecías que acaban de escuchar”.
Jesús no vino a leer la Biblia. Vino a cumplirla.
Jesús no vino a predicar cosas lindas. Vino a hacer cosas lindas.
Jesús no vino a enseñarnos el camino del cielo. Vino a hacer con nosotros el camino hacia el cielo.
Jesús no vino a predicar el infierno. Vino a abrir las puertas del cielo a todos.
Jesús vino a “proclamar el año de la gracia del Señor”.
Amnistía para todos. Libertad para los cautivos. Buenas noticias para los pobres.
Jesús es fantástico pero no porque fuera el mejor predicador, los había más sabios, es fantástico porque su palabra se cumplía, y se cumple, porque vivía lo que decía. Es fantástico por sus obras.
Los charlatanes, los políticos, los predicadores, todos nosotros, hacemos promesas y profecías, contamos visiones, ofrecemos la luna, estamos llenos de buenos deseos y qué pobres son nuestras obras.
Nosotros hacemos juramentos de amor eterno y no duran porque confundimos el amor con el placer.
Jesús vino a amarnos a todos y su amor dura porque se cumplió y consumó en la cruz.
Jesús comenzó su ministerio diciendo el primer día “hoy se cumple esta escritura” y pudo decir el último día: “Todo está cumplido”.
Tal vez le quedaban muchas cosas por predicar y muchos cuentos que contar, pero todo estaba hecho y “todo lo hizo bien”.
De ninguno de nosotros se podrá decir semejante cosa.
El reto es no predicar más y mejor sino obrar más y mejor.
“Ejemplo les he dado, hagan ustedes lo mismo.
Predicando con el ejemplo, con la vida. Nuestra manera de vivir es nuestra predicación. No hace falta tener un micrófono o subir al púlpito para predicar. Todos somos predicadores. Nuestra presencia en la iglesia predica nuestra fe, nuestro amor a Jesús y nuestro deseo de vivir como él vivió.
Cuando usted viene a reunirse con los hermanos en la iglesia, está predicando.
Cuando usted se queda en la cama el domingo, está predicando.
Cuando dice: qué frío hace hoy. Me quedo en casa. Está predicando.
Cada vez que voy al dentista me hace siempre la misma pregunta: “¿Con anestesia o sin anestesia?” A veces, le contesto: hoy, sin anestesia.
La predicación en la iglesia debiera ser siempre sin anestesia.
Sin anestesia se siente más la aguja y el torno, pero no estás ocho horas con las mandíbulas dormidas.
Es más hermoso y práctico un sermón que vemos que un sermón que oímos.
Es más eficaz un sermón que camina que un sermón que se grita. ¿Por qué?
Porque el ojo es mejor alumno que el oído y el ejemplo es más claro que el consejo.
Ambos son necesarios: el sermón que camina y el sermón que se grita, el sermón que nos entra por los ojos y el que nos entra por los oídos.
Y esta es la historia de Jesús de Nazaret.
San Lucas, 4, 14-21, nos dice que Jesús volvió a su pueblo, Nazaret, lleno del Espíritu, enseñaba en la sinagoga y aquel día abrió el libro e hizo la lectura del profeta Isaías.
Todos tenían los ojos fijos en él.
Terminada la lectura dijo: “Hoy se cumplen estas profecías que acaban de escuchar”.
Jesús no vino a leer la Biblia. Vino a cumplirla.
Jesús no vino a predicar cosas lindas. Vino a hacer cosas lindas.
Jesús no vino a enseñarnos el camino del cielo. Vino a hacer con nosotros el camino hacia el cielo.
Jesús no vino a predicar el infierno. Vino a abrir las puertas del cielo a todos.
Jesús vino a “proclamar el año de la gracia del Señor”.
Amnistía para todos. Libertad para los cautivos. Buenas noticias para los pobres.
Jesús es fantástico pero no porque fuera el mejor predicador, los había más sabios, es fantástico porque su palabra se cumplía, y se cumple, porque vivía lo que decía. Es fantástico por sus obras.
Los charlatanes, los políticos, los predicadores, todos nosotros, hacemos promesas y profecías, contamos visiones, ofrecemos la luna, estamos llenos de buenos deseos y qué pobres son nuestras obras.
Nosotros hacemos juramentos de amor eterno y no duran porque confundimos el amor con el placer.
Jesús vino a amarnos a todos y su amor dura porque se cumplió y consumó en la cruz.
Jesús comenzó su ministerio diciendo el primer día “hoy se cumple esta escritura” y pudo decir el último día: “Todo está cumplido”.
Tal vez le quedaban muchas cosas por predicar y muchos cuentos que contar, pero todo estaba hecho y “todo lo hizo bien”.
De ninguno de nosotros se podrá decir semejante cosa.
El reto es no predicar más y mejor sino obrar más y mejor.
“Ejemplo les he dado, hagan ustedes lo mismo.
+ Lectura del santo Evangelio según san Lucas
Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos los alababan.
Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: – Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
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Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos los alababan.
Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba, y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: – Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
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