lunes, 22 de febrero de 2016

LA PALABRA DE DIOS



4º DOMINGO CUARESMA
6 MARZO 2016



- En aquel tiempo se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos:
 F- Ese acoge a los pecadores y come con ellos. 
C- Jesús les dijo esta parábola: J- Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre
: H1- Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.
 C- El Padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces se dijo: 
H1- ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre! Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
 C- Se puso en camino adonde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo:
 H1- Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
 C- Pero el padre dijo a sus criados:
 P- Sacad en seguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado. 
C- Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó:
 M- Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud. 
C- Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre:
 H2- Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.
 C- El padre le dijo: 
P- Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado. 


En los alrededores de la estación central de una gran ciudad, se daba cita, día y noche, una muchedumbre de desechos humanos: barbudos, ladronzuelos, drogadictos… De todos tipos y colores. Se veía muy bien que era gente infeliz y desesperada: barbas sin afeitar, ojos con legañas, manos temblorosas, harapos, suciedad… Más que dinero, aquella gente necesitaba consuelo y aliento para vivir; pero esas cosas hoy no las da ya casi nadie.

Entre todos, llamaba la atención un joven, sucio, de pelo largo mal cuidado, que daba vueltas entre los pobres náufragos de la ciudad como si él tuviera una balsa personal de salvación.
Cuando le parecía que las cosas iban verdaderamente mal, en los momentos de soledad y de la angustia más negra, el joven sacaba del bolsillo un papel grasiento y consumido, y lo leía. Después lo doblaba con mimo y lo metía de nuevo en su bolsillo. .Alguna vez lo besaba, lo estrechaba contra su corazón o se lo llevaba a la frente. La lectura de aquella pobre hoja de papel surtía un efecto inmediato. El joven parecía reconfortado, enderezaba los hombros y recobraba aliento.
¿Qué decía aquella misteriosa hoja de papel? Únicamente seis breves palabras: «La puerta pequeña está siempre abierta».
Era todo.
Era una nota que le había mandado su padre. Significaba que había sido perdonado y que podía volver a casa cuando quisiera.
Y una noche lo hizo. Encontró abierta la pequeña puerta del jardín, subió la escalera silenciosamente y se metió en la cama.
Cuando, a la mañana siguiente, se despertó, junto a su lecho le miraba complacido su padre. En silencio, se abrazaron.

Tomás de Aquino decía que “a Dios no podemos ofenderlo a menos que actuemos contra nuestro bien”. Es una frase poco citada y que, sin embargo, constituye una estupenda formulación de lo que es esa palabra “pecado”.

Dios no es alguien que se enoja por nuestros pecados porque son una desobediencia a sus leyes y normas o porque violan su santa voluntad… Dios es Padre y nos quiere y se llena de alegría cuando actuamos en nuestro bien y, porque nos quiere, se entristece cuando nos hacemos mal…
Nadie como los padres –y quizás más aún las madres- pueden entenderlo mejor: ante el hijo que se droga o va por malos caminos, lo primero no es la apelación al desagradecimiento o a las normas de conducta violadas… Lo primero es el mal que ese hijo se está haciendo a sí mismo. Así es también Dios… Por eso también, nadie mejor que los padres para comprender la gran alegría del hijo perdido y encontrado, del que estaba muerto y ha vuelto a la vida; sin duda mayor que por los otros hijos que no transitan por malos caminos… Así es también Dios…
Por muy perdidos que nos encontremos, por muy fracasados que nos sintamos, por muy culpables que nos veamos, siempre hay salida… Siempre está abierta la puerta del corazón de Dios…


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