
DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO
9 OCTUBRE 2016
+ Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.» Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes.»
Y mientras iban de camino quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que un extranjero para dar gloria a Dios?» Y le dijo: «Levántate, vete: tu fe te ha salvado.»
Los padres de un joven muerto a los veintiún años publicaron en el lugar de las esquelas de un diario la siguiente nota: «Con estas breves líneas los padres de Oriol queremos expresar a todos nuestro más profundo agradecimiento. Las muestras de duelo y afecto y la gran cantidad de flores, así como vuestra asistencia y plegarias en el día del entierro y del funeral nos servirán siempre de consuelo.
También nos ayuda el hecho de que nuestro hijo hiciese donación de sus órganos. Lo reviviremos en unas personas totalmente desconocidas, deseosas de vida, en París, Sevilla y Barcelona. Y siempre en lo más íntimo lo contemplaremos como un joven de veintiún años, omnipresente en nuestro hogar y en toda nuestra vida, con la esperanza de encontrarnos todos juntos un día en el cielo».
Esta era la nota de unos padres agradecidos y llenos de esperanza.
Todos o casi todos habéis oído hablar del barco Titanic, un barco que según se decía: «Ni Dios podía hundirlo».
Al subir a bordo del Titanic, un sacerdote lituano llamado Jouzas recibió una tarjeta blanca que le aseguraba un puesto en los botes salvavidas para caso de peligro, junto con mujeres y niños; pero al oír los gritos desesperados de un padre de familia numerosa, este sacerdote le dijo: «No llore. Tome mi tarjeta y váyase».
Testigos presenciales dijeron que este sacerdote se hundió con el barco, dando la absolución al resto de los pasajeros, que corrieron su misma suerte.
También este padre de familia debió de quedar muy agradecido al que no dio marcha atrás ni ante la muerte para salvarle la vida.
Ante estos ejemplos me vienen a la memoria estas palabras que alguien ha pronunciado: «Cuando bebas agua, piensa en la fuente»; es decir, sé agradecido. Pues bien, más agradecidos hemos de estarle nosotros a Dios porque, no contento con habernos dado la vida y todo lo que tenemos, se hizo hombre y, sin dejar de ser Dios y con el nombre de Jesús, nos ha enseñado con su palabra y su conducta cómo hemos de conseguir la vida eterna, y no dio marcha atrás ni ante la muerte de cruz, una muerte muy cruel que en aquel tiempo se daba a delincuentes.
Dicen que el que no es agradecido no es bien nacido.
En el Evangelio de hoy Jesús, después de curar a diez leprosos, se queja de que sólo uno volviese para darle las gracias. Se nos está indicando que son muy pocos los que agradecen a Dios los beneficios recibidos. Agradecemos a alguien el regalo de un par de zapatos, pero no le agradecemos a Dios los pies que nos ha dado para meterlos en ellos.
Seamos, pues, agradecidos a Dios. ¿Cómo? Con nuestras oraciones y, sobre todo, con nuestra buena conducta.
Y tengamos la esperanza que tenían los padres de Oriol, la esperanza de encontrarnos todos juntos en el cielo.
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