DOMINGO XI T.O.
16 JUNIO 2013
Es la historia de dos
amigos en el desierto. En un momento de enfado uno le dio una bofetada a su
amigo. Éste dolorido pero sin decir palabra escribió en la arena:
HOY MI MEJOR AMIGO ME
HA DADO UNA BOFETADA.
Continuaron caminando
y llegaron a un oasis, y decidieron bañarse. El que había sido abofeteado
estuvo apunto de ahogarse y su amigo lo salvó. Cuando se repuso escribió sobre
una piedra:
HOY MI MEJOR AMIGO ME
HA SALVADO LA VIDA.
El que había sido
abofeteado y salvado la vida le preguntó a su amigo: ¿Por qué escribiste en la
arena y ahora en la piedra? El amigo le respondió: cuando alguien nos hiere,
hay que escribir en la arena para que los vientos del perdón lo puedan borrar.
Pero cuando alguien nos hace el bien debemos grabarlo en piedra, para que
ningún viento lo pueda borrar y nos lo haga olvidar.
¿Quién es éste, que
hasta perdona los pecados?
Todos, de mil maneras
y de mil personas, somos deudores.
Estamos en deuda con
nuestros padres que tanto se sacrifican por nosotros, en deuda con la sociedad
que nos protege, en deuda con nuestros maestros que nos inspiran, en deuda con
la iglesia que nos reconcilia y alimenta, en deuda grande e impagable con Dios.
Pocas veces caemos en
la cuenta y seguimos viviendo como si fuéramos autónomos, como si no
necesitáramos de nadie.
El Evangelio de Lucas
de este domingo nos exhorta a reconocer nuestra actitud egoísta y a agradecer
de corazón a Dios –el gran prestamista- el perdón diario de nuestras deudas.
El fariseo, anfitrión
de Jesús, satisfecho de sus bienes y de su perfección no tiene nada que
agradecer, nada de qué arrepentirse, no tiene deudas. Solamente tiene su
rectitud.
Yo no me veo
reflejado en él. Supongo que ustedes tampoco.
La mujer pecadora
busca a Jesús porque se siente abrumada por el peso de sus deudas, necesita
pagarlas con las lágrimas, "con mucho amor", al único que puede dejar
su cuenta a cero.
Jesús siente
compasión, que no lástima, sino cercanía, comprensión. Y cumple la misión para
la que ha sido enviado por el Padre, perdonar, pagar su deuda.
Sólo puede perdonar
el que olvidándose de su perfección se pone en lugar del otro, se mete en sus
zapatos y se identifica con él.
En el ejemplo de
Jesús: "Un prestamista tenía dos deudores"… hay una nota de humor. Y
es que el buen humor es la otra cara de la fe y del perdón.
¿Se imaginan ustedes
un cristiano sin el don de la alegría?
Todas nuestras deudas
canceladas y ¿no saltar de alegría y delirar diciendo tonterías?
La iglesia del perdón
de Dios, debería ser la Iglesia del buen humor y de la gran alegría.
No hay pozo tan hondo
en el que Dios no pueda entrar.
No hay perdón tan
difícil que Dios no pueda conceder.
No hay herida tan
grande que Dios no pueda sanar.
Al banquete de la
hospitalidad acudimos los domingos todos los deudores a saldar cuentas con
Dios. ¿Salimos perdonados? ¿Salimos alegres y ligeros de equipaje?
Sí, este Jesús,
nuestro anfitrión, tiene poder para perdonarnos y nos invita a perdonar.
Jesús nos invita a no
llevar cuenta de las ofensas y suprimir de nuestro corazón el deseo de
venganza.
El perdón difícil no
es el de los grandes titulares y escándalos de nuestro mundo: la guerra, la
miseria, el calentamiento global, los abusos sexuales…sino el perdón en
nuestras relaciones personales de la vida cotidiana: en la familia, el trabajo,
el deporte, en la escuela…
La firma auténtica
del cristiano es la del perdón.
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