jueves, 1 de agosto de 2013

LA PALABRA DE DIOS



DOMINGO XVIII
4 AGOSTO 2013



Hoy están de moda los estrenos de todo lo nuevo. Todos queremos el coche último modelo, el ordenador último modelo o lo que llaman de “ultima generación” etc. Sin embargo, aún no han perdido actualidad las cosas que solemos llamar de “segunda mano”. Coches de segunda mano, ropa de segunda mano, motos de segunda mano. No. Lo de “segunda mano” no está fuera de circulación. Incluso tenemos que reconocer que la mayoría de nuestras ideas que “creemos nuestras”, siguen siendo de segunda mano.
El Evangelio de hoy nos presenta una realidad también “de segunda mano”. En vez de solucionar nosotros nuestros problemas, preferimos que sea un tercero el que se meta en el lío. “Dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia”. ¿A caso no eran ellos capaces de hacer el reparto? ¿No eran hermanos? ¿No tenían suficiente confianza para repartirse la herencia ellos mismos? Prefieren un “reparto de segunda mano”. Prefieren la justicia que viene de un tercero. Prefieren no sus propias soluciones y respuestas sino las que vienen de otro.

A mí, esto de “soluciones de segunda mano” siempre me ha creado una cierta inquietud y preocupación. Es que esto de “segunda mano” se ha generalizado tanto que ya nadie quiere asumir sus propios retos y dificultades.

Que Dios solucione los problemas del mundo.
¿Os habéis dado cuenta de eso que llamamos Oración de los fieles” en nuestras misas? Personalmente siento la impresión de peticiones de “soluciones de segunda mano”.
Oremos para que Dios traiga la paz a los pueblos y no haya guerras. Pero, ¿es que le toca a Dios hacer callar los cañones o los fusiles o hacer aterrizar esos aviones cargados de muerte? ¿No somos nosotros los responsables de la paz en el mundo?
Oremos a Dios para que no haya hambre en el mundo. El deseo está muy bien. ¿Pero tendrá que hacer Dios de panadero universal para que todos tengan pan? ¿No somos nosotros los que podemos y tenemos que repartir de nuestro pan para que otros coman?

Si os fijáis, cada domingo, podréis ver que difícilmente le decimos “Señor convierte nuestro corazón para que sepamos compartir lo nuestro para que aunque tengamos poco otros tengan algo más”. No. Preferimos que sea El quien siembre, quien muela el trigo, quien amase la harina y quien haga el pan en el horno. Y luego que sea El quien lo reparta.
Siempre soluciones de “segunda mano”, como si nosotros no tuviésemos dos manos para repartir y dos pies para acercarnos al que está necesitado.

Que Dios solucione los líos de la pareja

Resulta curioso. ¿Que la pareja tiene problemas? “Señor, cambia a mi marido que ya no le aguanto más sus infidelidades o sus tardanzas”. “Señor, por favor cambia a mi mujer que con ese genio endiablado ya me tiene hasta la coronilla”.
Es decir, que sea Dios quien se meta a arreglar matrimonios, parejas rotas o parejas que no se hablan. Y si se da el caso: que sea el psicólogo, o el cura o hasta la suegra. Pero que sean siempre los otros quienes solucionen nuestros líos y problemas.

Recuerdo a un amigo mío que era lo más simpático. Y un día comentando esto les decía a las parejas: ¿Sabéis cuál suele ser la respuesta de Dios a vuestras oraciones? “Imbéciles, hablad entre vosotros, que para eso os he dado la lengua y la cabeza”.

Dios no se mete en líos
Felizmente Jesús no quiso meterse en líos de herencias. Y se lo dice claramente: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”
Lo único que hace Jesús es darle la clave para que entre ellos busquen la solución y la respuesta. “Mirad, guardaos de toda clase de codicia”. Jesús no es de los que regala analgésicos para bajarnos la fiebre por un momento. Al contrario, Jesús trata de que cada uno busque y encuentre ese virus que lleva dentro y que es la causa de todos los líos y conflictos en el reparto de los bienes.

Es que, al fin y al cabo, el problema no está en la herencia misma. El problema lo lleva cada uno dentro de su corazón. Su “codicia”, su “avaricia”. Y por buen reparto que Jesús quisiese hacer, ninguno de los dos quedaría satisfecho, en tanto no sanase la codicia y avaricia de su corazón.

Creo que fue Séneca quien escribió que “los pobres siempre quieren algo, los ricos, mucho y los avarientos lo quieren todo”. Y mientras cada uno lleve dentro esa sed de “tener más o más que los demás” seguiremos luchando, no solo por herencias, sino por la posesión de las cosas. Y cuando esa codicia ya se hace “avaricia” entonces nada nos satisface sino que lo “queremos todo”.

Recuerdo el caso de una mamá, preocupadísima de su hija de ocho años. Un día llegó del Colegio llorando sencillamente porque se enteró de que su amiguita tenía quince muñecas y ella solo tenía doce. ¿Y cómo y por qué tener tres muñecas menos que la amiga? Porque eso de la codicia ya el Catecismo nos decía que era uno de los pecados capitales, que lo llevamos metido dentro de nosotros ya desde niños.

No le metamos a Dios en lo que nosotros podemos hacer.
No le pidamos a Dios que haga lo que nosotros tendríamos que hacer.
No le hagamos a Dios responsable de nuestras enemistades de hermanos

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