DOMINGO 19 TIEMPO ORDINARIO
11 de agosto 2013
Lc 12, 32-48
Cuentan que un hombre joven se preguntaba si en el mundo existía la
justicia. Y salió en su busca. Por más que anduvo no encontró en parte alguna
la verdadera justicia.
Al volverse a casa se encontró en un bosque muy oscuro. Se perdió en
medio de él, sin saber qué dirección tomar. Entonces llegó a un claro en el que
había una casa en ruinas y destartalada. Vio la puerta entreabierta; entró y se
encontró en una habitación llena de luz. Después vio otra, otra y otra, de tal
manera que parecían no acabarse.
Y en todas ellas, muchísimos estantes con muchísimas lámparas de
aceite. Estas lámparas, muy pequeñas, unas brillaban intensamente; otras se
estaban apagando. En algunas lámparas había mucho aceite y en otras sólo unas
pocas gotas.
Este hombre se dio cuenta de que no estaba solo. A su lado había una
figura pálida y blanca, vestida toda de blanco. El hombre tuvo miedo y
pregunta: «¿Dónde estoy?».
La figura lo miró y dijo: «Esta es la casa de las lámparas de aceite.
Cada lámpara que ves aquí es el alma de un ser humano. Todos los seres humanos
vivos ahora en todo el mundo están aquí. Viven y mueren. Como puedes ver, a
algunos les quedan muchos años por delante; a otros les queda muy poco tiempo;
y algunos mueren mientras hablamos». Y en aquel mismo momento la mecha de una
lámpara que había en un estante, que estaba frente a ellos, chisporreteó y se
acabó.
La figura lo llevó por medio de las habitaciones; le señala otra
lámpara y le dice: «Esta es la tuya». A aquella lámpara sólo le quedaba un par de gotas de aceite; su mecha estaba
inclinada y ya tenía dificultades para mantenerse en pie.
El hombre dio un grito. Se
preguntaba: «¿Iba su vida a terminarse tan pronto? ¿Qué había hecho con su
vida? ¿La había malgastado buscando algo que no existía?». Estaba horrorizado y
asustado. ¿Cuánto le quedaba? ¡Ah, si tuviese un poco más de tiempo para vivir,
para hacer las cosas buenas que no había hecho!
Se dio cuenta de que estaba
solo. Se fijó en otra lámpara. Esta tenía mucho aceite. La mecha era alta y
ardía muy despacio en comparación con la suya. Sólo necesitaba una gota o dos,
lo suficiente para tener un poco de tiempo, para solucionar algunas cosas, para
ponerlas en orden. Pensaba que al otro, que tenía tanto aceite, no le
importaría; agarró la lámpara y la inclinó sobre la suya. Y en este instante
alguien lo agarró con fuerza.
La figura era negra y
sujetaba su brazo como si fuera una tenaza de acero. Al mismo tiempo le
pregunta: «¿Es esta la clase de justicia que estabas buscando?».
La figura desapareció. La
casa de las lámparas desapareció. Todas las luces desaparecieron. Estaba solo
en el bosque oscuro. Y pensaba en lo que había intentado hacer y en cuánto
tiempo le quedaba de vida.
De este cuento podemos sacar
dos lecciones: la primera es que, antes de buscar la justicia en los demás, la
busquemos en nuestra manera de obrar. La segunda es que, en la lámpara de la
vida, nadie sabe la cantidad de aceite que tiene. Como dice el Evangelio, la
muerte viene como un ladrón.
Y cuando llegue, la verdadera
desgracia no será el haber sufrido injusticias, sino el haberlas cometido.
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