DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO
20 OCTUBRE 2013
Lc. 18, 1-8
¿Por qué rezamos poco?
La pregunta me parece tonta.
Eso es como preguntarle a dos enamorados ¿por qué hablan tanto? O preguntarle a
una pareja de esposos cansados ¿por qué se hablan tan poquito? El Evangelio de
hoy nos habla de “cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”.
- Se habla mucho con alguien
cuando tenemos algo que decirle. Cuando dentro llevamos cosas que compartir. O
simplemente cuando queremos comunicamos con alguien. A mí me encantan los niños
cuando están hablando los mayores.
Ellos meten cuchara cuantas
veces pueden. Y ya pueden decirles que se callen, que no molesten y no
fastidien. “Mami… papi… mi hermanito, mi hermanita… oye mami, dónde…”. Te he
dicho que no molestes… que estoy hablando con tu tío César… Tú ya puedes seguir
en lo tuyo que ellos siguen en lo suyo… “mami… papi…”. Ellos se sienten en su
ambiente. Se sienten con derecho a que se les escuche, por muy ocupados que
estén los viejos…
- Por eso, preguntar por qué
rezamos tan poco, pareciera tener una respuesta muy simple: ¿No será que no
tenemos nada que decirle a Dios? ¿No será que no nos sentimos en ambiente con
Él?
- El problema de la oración
en sí no existe. Lo que existe es una experiencia de Dios que se eclipsa en
nuestro interior. Dios pareciera no ser gran noticia para nosotros. En la
medida en que Dios es o deja de ser noticia dentro de nosotros, en esa misma
medida, rezamos o dejamos de rezar. Por eso Santa Teresa, que tanto sabía de
oración, define la oración como “hablar de cosas de amistad”. Porque no me
digas que con los amigos, los amigotes, no hablas. Hasta es posible que te
manden callar porque no dejas hablar a los demás. En cambio cuando se trata de
hablar con Dios, necesitamos que nos manden rezar.
- Al principio de mi
sacerdocio me impresionó un amigo mío, me mandó llamar pues quería confesarse.
Lo visité en su casa. Después de confesarle le dije que rezara en penitencia un
Padre nuestro. Por favor, Juan, mándame una penitencia. No me digas que rezar
un Padre nuestro es penitencia. Para mí, rezar, es algo muy agradable,
placentero, me siento a gusto rezando. Díme, ¿por qué los sacerdotes habeís
acostumbrado tan mal a la gente en la confesión? Por una parte los invitaís a
que recemos a Dios diariamente, y luego nos habláis de la oración como “una
penitencia por los pecados”.., por favor, … Desde entonces no se me ha ocurrido
nunca mandar a nadie que como penitencia rece un padrenuestro.
- Rezar… una penitencia… En
mis años de sacerdote no había caído en la cuenta. Rezar no puede ser
penitencia. Rezar tiene que ser un momento agradable, porque eso de oración es
“cosa de amistad”. Y yo no hago penitencia cuando hablo con los amigos.
- Claro que alguien puede
decirme que él espera para rezar, a sentir a Dios como amigo suyo. Pues, no
estoy de acuerdo. Es cierto que con los amigos hablamos a gusto. Pero también
es cierto que hablando nos hacemos muchos amigos. Cuántas veces te encuentras
con alguien a quien no conoces. Comenzáis a charlar y al final del viaje sois
amigos. Y os cursáis mutuas invitaciones. Pues si bien la oración nace de la
amistad con Dios, también es cierto que cuanto más reces más irás sintiendo a
Dios como amigo.
- Puede que al principio te
sientas un tanto corto en tus manifestaciones. Pero Dios es un tipo que
fácilmente se deja querer y amar. Si comienzas a charlar con Él, pronto te
darás cuenta de que “es un tipo simpático, y que te cae bien”. Lo importante es
que rompas el hielo. Comienza, no importa lo que le digas. Y si no sabes cómo
hacerlo, cuéntale cómo te ha ido durante el día. Y si prefieres, dile lo que te
cuesta aguantar a tu marido o a tu esposa, y hasta le puedes decir que con la
suegra es inútil, pues se quiere meter en todo… Así de simple. ¿Para qué andar
con rodeos, si Él está esperando tu primera palabra que le dé ocasión para
entrar en amistad contigo?
- Recuerdas esa propaganda
“fui al gimnasio y no pasó nada… compré ropa nueva… y no pasó nada. Sigo igual
de gorda”. Hay muchos que tienen una dificultad para rezar. Le recé el otro
día, y no pasó nada. No me hizo caso. Le pedí que me ayudara en lo otro y no
pasó nada, tampoco me hizo caso. Para qué seguir.
Oye, amigo, tú también me das
la impresión de que lo único para lo que quieres las amistades es para
desplumarlas, pedirles tarjetas de recomendaciones, ascensos. La amistad es
otra cosa, hermano. Deja que la amistad profundice vuestra relación y verás
cómo las cosas llegan sin pedirlas. No seas de los que sólo rezan cuando se
mojan. Yo no creo que hables con tu madre sólo cuando necesitas pedirle dinero
para ir al cine o para comprar algo... Ni creo que hables con tu chica cuando
necesitas que te haga un favor.
Los amigos mendigos
ordinariamente no saben de amistad. Más bien diría que son tíos de los que hay
que prevenirse. La mejor amistad se da cuando el amigo se siente precisado a querer
hacer algo por ti sin que tú se lo pidas. Yo creo que Jesús andaba por esa
línea cuando dijo que “el Padre, aún antes de pedirle nada, ya sabe lo que
necesitáis”.
No seas tú como aquel niño a
quien su mami le preguntó: hijito ¿ya has rezado algo al levantarte? No, mami,
durante el día yo no tengo miedo. Sólo rezo de noche que es cuando me da miedo
estar solo. Prefiero que digas como Gandhi: “Puedo pasar un día sin comer, pero
no puedo pasar un día sin rezar…
No hay comentarios:
Publicar un comentario