miércoles, 2 de octubre de 2013

LA PALABRA DE DIOS



DOMINGO XXVII T.O.
6 OCTUBRE 2013
Lc 17,5-10


La fe mueve montañas

Lo dice el adagio popular. Pero antes lo había dicho El: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esa montaña échate al mar y se echaría”. Bueno, hoy nadie acude a la fe para aplanar montañas. Hoy preferimos esas tremendas escavadoras que lo hacen muy bien.
Sin embargo, lo del Evangelio sigue teniendo valor, a pesar de las grandes excavadoras. Y no es que se nos pida mucho. Se nos pide solo “como un granito de mostaza”. ¡Qué sería si tuviésemos una fe como un melón!
Pondríamos al mundo patas arriba. Seríamos capaces de cambiarlo todo.
Pero ¿no crees que, aún con esta poquita fe que tan fácilmente se tambalea, hacemos verdaderos milagros?
Con nuestra poca fe: somos capaces de comprometernos con el cambio de un mundo que diera la impresión de que no lo cambia nadie.
Con nuestra poca fe: somos capaces de seguir creyendo en Dios, por más que todos nos digan que la religión es una tontería y una obsesión piadosa.
Con nuestra poca fe: somos capaces de seguir creyendo en la Iglesia. Incluso hoy que tan maltratada la vemos por todas partes y tan sucia y manchada por las miserias de sus propios hijos.
Me encanta el capítulo “Conversión” del libro de Joan Chittister cuando escribe: “Permanezco en la Iglesia porque, aunque las luces se han apagado en partes de la casa, sé que estoy en mi casa”.
Caigo en la cuenta ahora, con intensa indignación, de lo sexista que es realmente la Iglesia pese a todas sus declaraciones de fe en Jesús y de amor a la mujer. Pero caigo también  en la cuenta de que es la familia en la que he crecido. Es la familia que me dio mis primeras imágenes de Dios, mi primera sensación de valor humano, mi primer sentido de la santidad, mi primera invitación a una bondad medida por mucho más que el “éxito”.
Una familia, sólo por ser disfuncional, como lo es ésta, no deja de ser una familia. Con nuestra poca fe: donde algunos se escandalizan y son capaces de abandonar a la Iglesia, otros seguimos amándola como a nuestra madre.
Con nuestra poca fe: seguimos creyendo que, estos malos momentos en los que todo el mundo se dedica a embarrarla, muchos seguimos creyendo que no es sino una especie de invierno que la desnuda de su belleza externa, pero donde la savia sigue viva en sus raíces en espera de una nueva primavera. Con nuestra poca fe: somos capaces de entregar nuestras vidas al servicio de los demás. Con nuestra poca fe: los padres son capaces de envejecer luchando por sacar adelante a sus hijos. Con nuestra poca fe: muchos hemos sido capaces de dejar nuestras familias para entregarnos a su servicio y al servicio del Evangelio y del Reino.


Pero Jesús no quiere sino que nos pide que no nos demos por satisfechos con “nuestra poca fe” y desea que tengamos más fe, una fe capaz de curarnos, sanarnos, salvarnos. Los discípulos no le piden “danos fe”, sino “aumenta la que tenemos”. Con frecuencia nos quedamos satisfechos porque ya creemos, ya tenemos fe. Pero la fe no es un proceso mental sino una relación personal con Dios. Por eso la fe es también proceso que puede irse degradando o puede ir creciendo. La gente suele decir, en momentos difíciles, “estoy perdiendo la fe”. La verdad que no logro entender qué quieren decir con ello porque el peligro de la fe, no es tanto el perderla, ¡y claro que se puede perder!, para mí el problema de la fe es quedarse estancado y no crecer en la fe. Alguien preguntará cómo se degrada la fe y cómo se la aumenta. De una manera muy sencilla. Partamos de una experiencia, la experiencia del amor. El amor se puede ir degenerando si no cultivamos la relación con la persona amada, como también puede ir medrando a través de unas relaciones personales intensas y constantes. Pues algo parecido sucede con la fe. Si creer es entrar en relación de amor con Dios, la fe puede irse debilitando en la medida en que se debilitan estas relaciones con Dios y puede aumentarse también según intensificamos las relaciones con Dios: la oración, la Palabra, los Sacramentos y la coherencia de la vida. San Agustín lo expresó muy bellamente: “Cuando te apartas del fuego, el fuego sigue dando calor, pero tú te enfrías. Cuando te apartas de la luz, la luz sigue brillando, pero tú te cubres de sombras. Lo mismo ocurre cuando te apartas de Dios.” La fe se va enfriando en nosotros cuanto más nos apartamos de Dios y prescindimos de Él y se va calentando en la medida en que nuestras relaciones con Él son más intensas y continuas. Es el proceso de todo amor y es el proceso de toda relación entre personas, entre amigos, entre enamorados, entre novios o entre esposos. ¡Cuántos esposos termina por sentirse extraños el uno al otro porque no han cultivado su relación y se han acostumbrado a vivir cada uno por su lado su propia vida! Lo mismo nos puede pasar con Dios. Tener fe, es mucho más que saber mucho de religión. Es una amistad y una relación personal y un fiarnos totalmente de El. Por eso, la súplica de los discípulos tiene que seguir siendo también nuestro grito de cada día: “Señor, aumenta nuestra fe”. Señor, que hay muchas luces apagadas en esta nuestra casa que es la Iglesia: “aumenta nuestra fe”. Señor, que todos los medios de comunicación airean los pecados de tu Iglesia y a veces ya no rebelamos tu rostro: “aumenta nuestra fe”. Señor, que el sufrimiento de los inocentes pone obstáculos para que el mundo siga creyendo en Ti: “aumenta nuestra fe”. Señor, que tanta pobreza y tantas desigualdades e injusticias parecen ser una acusación contra Ti: “aumenta nuestra fe”. Señor, danos una fe que haga posible que nuestras vidas revelen y manifiesten mejor tu rostro de Padre en el mundo. No te pedimos que nos hagas milagros. Te pedimos una fe capaz de hacerlos a nosotros…

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