
DOMINGO XXVIII T.O.
13 OCTUBRE 2013
Lc. 17, 11-19
Los padres de un joven muerto a los veintiún años publicaron en el
lugar de las esquelas de un diario la siguiente nota: «Con estas breves líneas
los padres de Oriol queremos expresar a todos, nuestro más profundo
agradecimiento. Las muestras de duelo y afecto y la gran cantidad de flores,
así como vuestra asistencia y plegarias en el día del entierro y del funeral
nos servirán siempre de consuelo.
También nos ayuda el hecho de que nuestro hijo hiciese donación de
sus órganos. Lo reviviremos en unas personas totalmente desconocidas, deseosas
de vida, en París, Sevilla y Barcelona. Y siempre en lo más íntimo lo
contemplaremos como un joven de veintiún años, omnipresente en nuestro hogar y
en toda nuestra vida, con la esperanza de encontrarnos todos juntos un día en
el cielo».
Esta era la nota de unos padres agradecidos y llenos de esperanza.
Todos o casi todos habéis oído hablar del barco Titanic, un barco
que según se decía: «Ni Dios podía hundirlo».
Al subir a bordo del Titanic, un sacerdote lituano llamado Jouzas
recibió una tarjeta blanca que le aseguraba un puesto en los botes salvavidas
para caso de peligro, junto con mujeres y niños; pero al oír los gritos
desesperados de un padre de familia numerosa, este sacerdote le dijo: «No
llore. Tome mi tarjeta y váyase».
Testigos presenciales dijeron que este sacerdote se hundió con el
barco, dando la absolución al resto de los pasajeros, que corrieron su misma
suerte. También este padre de familia debió de quedar muy agradecido al
que no dio marcha atrás ni ante la muerte para salvarle la vida.
Ante estos ejemplos me vienen a la memoria estas palabras que
alguien ha pronunciado: «Cuando bebas agua, piensa en la fuente»; es decir, sé
agradecido. Pues bien, más agradecidos hemos de estarle nosotros a Dios porque,
no contento con habernos dado la vida y todo lo que tenemos, se hizo hombre y,
sin dejar de ser Dios y con el nombre de Jesús, nos ha enseñado con su palabra
y su conducta cómo hemos de conseguir la vida eterna, y no dio marcha atrás ni
ante la muerte de cruz, una muerte muy cruel que en aquel tiempo se daba a
delincuentes.
Dicen que el que no es agradecido no es bien nacido.
En el Evangelio de hoy Jesús, después de curar a diez leprosos, se
queja de que sólo uno volviese para darle las gracias. Se nos está indicando
que son muy pocos los que agradecen a Dios los beneficios recibidos.
Agradecemos a alguien el regalo de un par de zapatos, pero no le agradecemos a
Dios los pies que nos ha dado para meterlos en ellos.
Seamos, pues, agradecidos a Dios. ¿Cómo? Con nuestras oraciones y,
sobre todo, con nuestra buena conducta. Y tengamos la esperanza que tenían los padres de Oriol, la
esperanza de encontrarnos todos juntos en el cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario