DOMINGO DEL BAUTISMO DE JESÚS.
SAN MATEO 3, 13- 17
Hay una historieta muy bonita. Ignoro donde la leí, pero que se me
quedó grabada por lo significativa. En unas Navidades, una niña quiso regalar
algo a su padre. Pero, como era muy pobre, no tenía nada que regalarle. En la
Nochebuena, la niña puso junto al arbolito de Navidad, una cajita bien
presentada con papel regalo diciendo: “Para mi papi”.
Cuando el papá abrió la caja vio que estaba vacía. Enfadado, creyendo que le habían tomado el pelo, llamó a la niña y le dijo de mal humor: “esto no se hace, me has querido engañar como si fuese el día de Inocentes”. La niña se echó a llorar. El padre reaccionó y trató de consolarla.
Cuando el papá abrió la caja vio que estaba vacía. Enfadado, creyendo que le habían tomado el pelo, llamó a la niña y le dijo de mal humor: “esto no se hace, me has querido engañar como si fuese el día de Inocentes”. La niña se echó a llorar. El padre reaccionó y trató de consolarla.
La
niña le dijo: “Pero, papi, si la caja está llena de besos, era lo único que
tenía para regalarte”. El pobre hombre se quedó pálido por la dulce inocencia
de la hija y trató de disimular el asunto diciendo: “Ah, es verdad, está llena
de besos, ahora los veo”. Desde entonces, el padre conservó aquella caja-regalo
y cada vez que se sentía mal, la abría y pensaba en los besos de su hija.
Hay
realidades que no se ven. Pero que siguen siendo realidades. ¿A caso todos
nosotros no somos una especie de caja-regalo? Dentro llevamos algo que los ojos
no ven. Pero que es una realidad tan real como la que nuestros ojos logran ver.
Llevamos todos una “interioridad”. Nos creemos vacíos, pero, por nuestro
Bautismo, por dentro estamos llenos, no sé si de los besos de Dios, creo que
sí, porque estamos llenos de su Espíritu.
Lo
que sucede es que estamos tan acostumbrados a lo material, que lo espiritual,
la gracia, el amor de Dios que nos hizo hijos suyos, casi nos pasa
desapercibido. Como que no nos enteramos de lo que acontece dentro de nosotros.
Nos sentimos como una caja de regalo vacía, pero que en realidad está llena de
los besos y sueños divinos. Besos que, con frecuencia, solo quien nos los ha
regalado los puede ver.
¿Alguna
vez has pensado y has creído que realmente llevas inscrito dentro, como grabada
en el CD de tu corazón, una música y una voz que también a ti te sigue
repitiendo: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.
Con
frecuencia vivimos más preocupados y hasta angustiados si “amaremos de verdad a
Dios”. Yo pienso que ese no es nuestro verdadero problema. Nuestro problema
está en “sentirnos amados nosotros por El”. Nosotros no somos los que le amamos
primero sino que es El quien nos amó primero a nosotros. Y sólo quien cree en
ese amor y quien ha experimentado el ser amado por El, es luego capaz de amarle
de verdad.
En
su Bautismo, Jesús se sintió impactado y marcado por su experiencia humana de
su filiación divina. Y de alguna manera, su Bautismo, fue la señal y el
comienzo del bautismo cristiano. El fue bautizado con agua. Pero El bautizará
con Espíritu Santo. El Espíritu que nos hace los hijos amados de Dios. Si por
la concepción somos fruto del amor de nuestros padres, por el Bautismo somos
fruto del amor que Dios nos tiene.
No
miremos solo hacia fuera. Dispongamos de un tiempo para mirarnos por dentro.
Ahí está nuestra verdad, nuestra grandeza. Y ¿cómo no? Nuestra verdadera
belleza. Puede haber cuerpos feos o al menos no tan bellos. Pero todas las
almas son hermosas y bellas, porque por el Bautismo participan de la belleza
misma de Dios nuestro Padre.
¡Cuántos
viven acomplejados por su rostro! Recuerdo la anécdota de aquella Señorita que
le decía a su Director Espiritual:
-
“Padre, tengo algo que me da mucha vergüenza decirle”.
-
Tranquila hija, ya nos conocemos. No tengas vergüenza.
-
“Es que, Padre, me he mirado al espejo”.
-
Eso no es ningún pecado, hija. Todos nos miramos al espejo.
-
“Pero eso no es todo. Es que me ha visto guapa”.
-
Tampoco eso es pecado, hija, es un simple error del espejo, no te habrás mirado
bien.
El espejo nos
puede engañar. Y nosotros nos podemos engañar mirándonos en el espejo que, por
otra parte, es donde más nos miramos. Lo que realmente no puede engañarnos es
el espejo de nuestro corazón donde, cuando nos miramos, en vez de nuestro
rostro, contemplamos el rostro de Dios en nosotros.
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