DOMINGO II TIEMPO ORDINARIO
San Juan (Jn 1,29-34).
19 ENERO 2014
La
frase es de A. de Mello: “nadie se emborracha por hablar mucho del vino”. Para
emborracharnos hay que beber el vino.
Yo
añadiría tampoco nadie se “emborracha de Dios por mucho que hablemos de El”.
Hasta los curas, que nos pasamos la vida hablando de Dios es posible que, más
que borrachos, estemos todos muy cuerdos”.
Es
que las palabras no emborrachan. A
lo más, la excesiva palabrería puede emborracharnos de aburrimiento y
cansancio.
Juan
no habla de Jesús de memoria sino por propia experiencia.
Y
él lo ha visto “y por eso da testimonio de que es el Hijo de Dios”.
Dios
no es una simple noticia que podemos leer en el periódico o escuchar en los
noticiarios de la TV o de la Radio. A Dios sólo podemos conocerlo desde nuestra
experiencia.
A
Dios es preciso verlo en nuestra experiencia.
A
Dios hay que sentirlo en nuestra experiencia.
Y
no de segunda mano a través de quien escribe o habla de El.
Por
eso tampoco podemos hablar de Dios si antes nosotros mismos no lo hemos visto.
No
podemos hablar de Dios porque otros no lo han dicho.
No
podemos hablar de Dios porque lo hemos leído en libros.
Sólo
puede habla adecuadamente de Dios quien lo ha visto, lo ha sentido en su
corazón.
Cuando
hablamos de Dios un poco de memoria o de oídas, Dios deja de ser sorpresa y
hasta su mismo nombre se vulgariza tanto que apenas despierta inquietud alguna
en nuestros corazones. “Dios” está siendo una palabra demasiado manida. Porque
hasta los que no creen en El hablan de El.
En
esto tendremos que darle la razón a Julián Green que escribe: “Todo el mundo
creía, pero nadie gritaba de asombro, de felicidad o de espanto”. ¿A quién
asombra Dios hoy? ¿A quién causa verdadera felicidad hablar de él o escuchar
hablar de él?
Nuestra
misma oración es mucho más un monólogo nuestro con El, más que un verdadero
diálogo. Entendemos que orar es lo que nosotros le decimos, cuando la verdadera
oración debiera estar llena de “escucha”, porque lo que nosotros le decimos ya
lo sabe antes que se lo digamos. Pero nosotros no sabemos lo que él quiere
decirnos en cada momento.
Para
hablar y anunciar a Dios necesitamos:
Hablar
de lo que hemos visto y oído.
Hablar
con convencimiento.
Hablar
con gozo y con alegría.
Y
sobre todo, hablar con el testimonio de nuestra vida.
Siempre
se necesita de que “alguien vea primero” para poder luego mostrarlo a los
demás. Y esto es válido para todos los que nos llamamos creyentes. No puedo
mostrar las flores de mi jardín si antes yo mismo no las veo. Ni puedo hablar
de la calidad del vino si antes no lo he probado.
Dios
no necesita “propagandistas”.
Dios
necesita “testigos”. “Y vosotros seréis mis testigos”. Y Juan en la
introducción a su primera Carta nos dice hasta nueve veces “lo que hemos visto,
lo que hemos oído, lo que hemos tocado con nuestras manos” esto es lo “que os
anunciamos”.
Los
hijos necesitan de padres que han visto.
Los
fieles necesitan de sacerdotes que han visto.
El
mundo necesita de cristianos que han visto.
Por
eso todos necesitamos de “ese bautismo del Espíritu y fuego” para que el agua
con que nos bautizaron no se seque de inmediato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario