DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO
San Mateo 4, 12-23
19 ENERO 2014
19 ENERO 2014
El
ya fallecido y famoso doctor Vallejo Nájera hablaba un día por televisión del
bien que le había hecho en su vida el testimonio de dos jesuitas que conoció en
Filipinas. Estos jesuitas, después de varios años de trabajo, no habían
conseguido ninguna conversión. El doctor les preguntó si, estando los dos
solos, no se sentían fracasados. Uno de ellos le contestó: «No somos dos; somos
tres, porque Jesucristo está entre nosotros».
A la verdad, ¿cómo podían sentirse fracasados si atendían a los
enfermos, a los niños huérfanos y a los ancianos desamparados? Es que lo más
importante no es convertir a alguien. Lo más importante es que nos convirtamos
nosotros mismos.
La
conversión es escuchar a Dios y volver a Él, que es el amor olvidado y
traicionado. Dios nos habla por medio de nuestra conciencia, pero a fuerza de
no escucharle, puede ser que la conciencia ya no nos diga nada, y esto es muy
grave. Es muy grave que de alguien se pueda decir: es una persona sin
conciencia.
Tenemos
que escuchar a Dios y volver a Él. Eso es la conversión. La conversión es
difícil y cuesta. Tal vez tengamos que renunciar a cosas, tal vez tengamos que
renunciar a cierta persona o a ciertas personas. Y la renuncia es dolorosa;
pero vale la pena; será más lo que ganamos que lo que perdemos.
Todos
tenemos necesidad de conversión. Tal vez en mi vida
lo que está fallando es el amor a mi familia o la honradez en el desempeño de
mi profesión. Mis fallos serán, pues, los puntos en que Dios espera mi
conversión.
Jesús,
después de vivir unos treinta y tantos años en Nazaret, se estableció en
Cafamaún y participó en los trabajos y sufrimientos diarios de sus gentes,
curando las enfermedades del alma y del cuerpo.
Caminando
un día a orillas del mar vio a dos hermanos, Andrés y Simón, el que más tarde
se llamaría Pedro, y les dice: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres»
(Mt 4,19). Y lo mismo les dijo a otros dos hermanos, Juan -a quien se atribuye
el cuarto Evangelio- y Santiago -que sería el patrón de España-. No eran sabios
ni ricos, eran simples pescadores. Y tuvieron tanta fe en Jesús que dejaron la
barca en la arena. Lo dejaron todo y le siguieron. La fe no es sólo creer
verdades; la fe es, sobre todo, confiar en Jesús y seguirle, es decir,
imitarlo.
El
relato del Evangelio de hoy dio origen a esa canción hermosa que cantamos: «Tú
has venido a la orilla». Esta canción nos dice que también hoy Jesús nos mira a
los ojos, nos llama por nuestro nombre y nos pide que le sigamos. En ella, por
nuestra parte, le decimos: «Tú necesitas mis manos, mi cansancio que a otros
descanse, amor que quiera seguir amando».
Hermanas
y hermanos: hoy Jesús, veinte siglos más tarde, nos sigue llamando e invitando
para que nos convirtamos en pescadores de hombres con nuestra palabra y nuestra
conducta. Si el cristianismo ha surgido es porque unos cuantos hombres dejaron
un día su barca, sus redes, sus padres... y siguieron a aquel Jesús que les
llamaba a la conversión y les daba la buena noticia de que Dios estaba entre
ellos. Si el cristianismo ha llegado hasta nosotros es porque muchos hombres y
mujeres, a lo largo de todos estos siglos, nos han transmitido la fe que ha
pasado de unos a otros hasta hoy. Si el cristianismo va a seguir existiendo en
el siglo XXI es porque hay hombres y mujeres que ponen sus manos, su cansancio
y su amor al servicio de Dios, también en nuestros días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario