miércoles, 21 de mayo de 2014

LA PALABRA DE DIOS


domingo ascensión
1 Junio 2014
Hechos de los Apóstoles 1, 1-11


Al escuchar a San Lucas en la primera lectura de hoy podemos pensar que Jesús se fue al cielo subiendo como un astronauta, pero no fue así. Lo que quiere decimos san Lucas es que Jesús resucitó para vivir en el cielo después de haber vivido en la tierra.
Nosotros tenemos que mirar al cielo y a la tierra. Tenemos que mirar al cielo, porque el cielo es nuestra felicidad. La felicidad sólo la encontramos en Dios.
Muchos la buscan en las riquezas, pero las riquezas son como el agua salada, que cuanto más se bebe da más sed. También, cuantas más riquezas se tienen, más se quieren.
Uno nunca queda satisfecho.
Algunos parece que lo tienen todo. Andan de fiestas, en yates, etc., y, sin embargo, se sienten vacíos. Buscan la felicidad donde no está y, al no encontrarla, a veces caen en la desesperación, en los vicios, en el crimen o en el suicidio. Puedo deciros que son más felices muchos misioneros que muchos archimillonarios, porque esos misioneros han emprendido un camino que los lleva a Dios y la felicidad ya ha empezado para ellos.
Muchos archimillonarios piensan que el tiempo pasa, que pasan las primaveras y que se acerca la vejez, y ven que tienen las manos vacías. También para los misioneros pasa el tiempo, pasan las primaveras y se acerca la vejez, pero tienen las manos llenas de obras buenas, que son las que dan sentido a la vida.
Nosotros, además de mirar al cielo, tenemos que mirar a la tierra. Jesús ha dicho que no todos los que dicen «Señor, Señor» entrarán en el reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios es que una persona egoísta se haga una persona de amor a los demás.
El amor ha de mostrarse también en las palabras, pero dejaría de ser amor si sólo se quedara en palabras. Dicen que vale más un acto de amor que mil palabras sin amor.
Hay hijos que presumen de que aman mucho a sus padres y luego los matan a disgustos, no haciéndoles caso en nada. Hay esposos que se las dan de que se adoran, pero luego viven en continuas riñas, con gritos o silencios que molestan.
Cristo, en su Ascensión, ya ha alcanzado lo que nosotros esperamos: el gozo de estar con Dios.
Si queremos seguir su camino, hemos de procurar la fraternidad y no el odio, la justicia y no la injusticia, la paz y no la guerra, lo que nos une y no lo que nos separa.
Para seguir el camino de Cristo, tendremos que remar contra corriente. Pero vale la pena, porque el pez que está muerto es el que se deja llevar por la corriente, no el pez que está vivo.
No es fácil remar contra corriente, pero no estamos solos. Jesús nos acompaña: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
Este es el gran secreto que alimenta y sostiene al verdadero creyente: el poder contar con Jesús resucitado como compañero único de existencia.
Día a día, él está con nosotros disipando las angustias de nuestro corazón y recordándonos que Dios es alguien próximo y cercano a cada uno de nosotros.
El está ahí para que no nos dejemos dominar nunca por el mal, la desesperación o la tristeza.
El nos contagia la seguridad. El nos ofrece una esperanza inconmovible. El nos ayuda a descubrir la verdadera alegría en medio de una civilización que nos proporciona tantas cosas sin poder indicarnos qué es lo que verdaderamente nos puede hacer felices.
En él tenemos la gran seguridad de que el amor triunfará. No nos está permitido el desaliento. No puede haber lugar para la desesperanza. Esta fe no nos dispensa del sufrimiento ni hace que las cosas resulten más fáciles.

Pero es el gran secreto que nos hace caminar día a día llenos de vida, de ternura y esperanza. Jesús está con nosotros.

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