miércoles, 5 de noviembre de 2014

LA PALABRA DE DIOS

Domingo XXXIII (A) del tiempo ordinario
16 NOVIEMBRE 2014
Texto del Evangelio (Mt 25,14-30): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó.

»Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor.

»Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos. Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado’. Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor’.

»Llegándose también el de los dos talentos dijo: ‘Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado’. Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor’.

»Llegándose también el que había recibido un talento dijo: ‘Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo’. Mas su señor le respondió: ‘Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes’».
 Jesús, en la parábola del evangelio, nos habla de que Dios ha puesto todo en nuestras manos. El mundo entero, con sus inmensos problemas de hambre, guerras, injusticias y sufrimientos, es nuestro frente de trabajo. Pero también podemos mirar a nuestro pueblo o nuestro barrio. Pensamos en los niños, los jóvenes, los pobres, los enfermos, los ancianos; pensamos en las familias rotas, en las personas destrozadas, en las tareas de nuestras comunidades con todas sus carencias. Por todas partes hay mucho que hacer. Y en esa variedad de tareas, el Señor nos ha asignado a cada uno de nosotros una parcela para trabajar. Pero no vamos por la vida desasistidos e inermes. El Señor nos ha dejado equipados para el trabajo. De él hemos recibido los talentos que necesitamos. Hemos recibido del Señor talentos y capacidades en medida desigual, pero a todos nos llama el Señor a trabajar según los dones que de él hemos recibido. En la parábola se cuenta que el Señor se puso muy contento y felicitó a todos los que habían trabajado con sus talentos. Decía: «Como fuiste fiel en cosa de poco (…) entra en el gozo de tu señor».
Pero en esta parábola hay un dato triste: el que recibió sólo un talento fue y lo enterró, y el señor se enfadó con él llamándolo «criado malvado y perezoso» y «criado inútil». Es que no trabajó con su talento. Se dedicó a vivir sin poner en funcionamiento los dones que Dios le había dado. Esa falta de esfuerzo y de decisión molestó a Dios, por eso se enfadó con él.
A mí esto me recuerda a multitud de personas en nuestras comunidades que se mantienen pasivas, sin asumir ninguna tarea, porque dicen que no saben o no valen o no pueden. Pienso con pena en todas esas personas sencillas que les paraliza el no tener una carrera o la pobreza económica o la falta de conocimientos especiales, como si Dios los hubiera puesto en la vida sin dones de ninguna clase. Se encierran en su vida y ofrecen la imagen de que la Iglesia de Dios es tarea solamente de listos y gentes bien preparadas.
Llamo la atención por si cierta mitificación de tareas deslumbrantes ha podido llevarnos a catalogar como inútiles o rémoras a los pobres y gentes sencillas, a los que Jesús llamaba con cariño «los pequeños». En la Iglesia de Dios no hay inválidos. Todos valemos para algo. No podemos enterrar nuestro talento. Si no valemos para hacer las grandes cosas, valemos para cosas pequeñas. Tenemos los dones que el Señor nos ha dado y delante de nosotros está un mundo inmenso para trabajar. Que el Señor no nos llame nunca «criado malvado y perezoso». Y cuando hayamos gastado nuestra vida y nuestras energías en hacer un poco mejor nuestro mundo, oiremos con gozo la voz del Señor, que nos dice: «Bien, criado bueno y fiel. Como fuiste fiel en cosa de poco, te pondré al frente de mucho: entra en el gozo de tu Señor». Mientras avance la historia hacia su horizonte, somos los trabajadores del Señor.

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