DOMINGO XXXII TIEMPO ORDINARIO
9 DE NOVIEMBRE 2014
+ Lectura del santo Evangelio según San Mateo
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!” Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: “Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.” Pero las sensatas contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.” Mientras iban a comprarlo llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: “Señor, Señor, ábrenos.” Pero él respondió: “os lo aseguro: no os conozco.” Por lo tanto, “velad, porque no sabéis el día ni la hora.”
Si se agota la gasolina, el coche no anda. Cuando se agota el vino, ya no hay fiesta. Cuando se agota el aceite, se apagan las lámparas. Cuando se agota la experiencia del Evangelio, se apaga nuestra fe.
Muchos se suelen quejar de que están perdiendo la fe. Y es cierto. La fe se puede perder, pero no como un paquete que dejas olvidado en el taxi. La fe se pierde cuando no se la vive, pero más que lamentarnos de que hemos perdido la fe, mejor debiéramos decir que estoy dejando de vivir mi fe y por eso mismo ya no me alumbra el camino.
Las lámparas eran buenas. Sólo que unas llevan reserva de aceite, mientras que otras llevan solo el que cabía en la lámpara.
En el Bautismo Dios enciende en nuestra vida la lámpara de la fe, simbolizada en la vela que encendemos en el Cirio Pascual. Pero luego somos nosotros los que tenemos que proveer el aceite que la mantiene encendida. Es decir, la fe es una vida que si no se vive se muere. La fe necesita ser vivida, de lo contrario, queda como una lámpara que encendemos y a la que no le reponemos luego el aceite.
La fe no se mide por las ideas que tenemos sobre Dios, tampoco por la buena nota que sacamos en religión. La fe se mantiene viva y encendida cuando la convertimos en la luz que ilumina nuestra vida y vivimos a la luz de la misma. Con la fe nos sucede como con las plantas, que si uno no las riega y las abona se van poco a poco secando.
Muchos padres bautizan a sus hijos. Estos vuelven con su lámpara de la fe encendida en su corazón, pero luego, los mismos padres que encendieron la vela en el Cirio Pascual, se olvidan de hablarle de Dios, rezar con ellos y llevarlos a la Misa.
Otros, puede que se bauticen para tener unos papeles, por si luego los necesitan, y viven al margen de su fe o incluso viven avergonzados de ella.
Ni faltan quienes no regresan más a la Iglesia. El chiste del cómico Garisa tiene mucho de filosofía: “Conozco un católico perfecto. En su vida fue tres veces a la Iglesia. En la primera le echaron agua. En la segunda, le echaron arroz. Y en la tercera, le echaron tierra.” Bautismo, matrimonio y muerte.
Aquí Jesús nos pone de sobre aviso. No basta encender por un momento nuestras lámparas, hay que llevar siempre aceite de repuesto para cuando se gaste el primero. El mejor aceite para mantener viva la luz de nuestra fe será, ante todo, la oración y luego el testimonio de la vida. Vivir en coherencia con nuestra fe y conocer nuestra fe. Un conocimiento intelectual que puede darse en los Colegios y Catequesis, pero sobre todo el conocimiento que nace de la experiencia de Dios en nuestras vidas.
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