jueves, 9 de abril de 2015

LA PALABRA DE DIOS





3º DOMINGO DE PASCUA
19 ABRIL 2015
+ Lectura del santo Evangelio según san Lucas
En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan. Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: – Paz a vosotros.
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: -¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: – ¿Tenéis ahí algo que comer?
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: -Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse.
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: -Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.


Paz a vosotros…”
En las apariciones de Cristo resucitado esta frase se repite constantemente. Es como un regalo espléndido que Cristo quiere dejar a los suyos para que éstos lo vayan transmitiendo de generación en generación.
Después de tanta zozobra, miedo, escondite, inquietud y duda, el gran regalo de Cristo a los suyos se resume en una palabra. PAZ.
Es el gran ideal del hombre y gran ausente de nuestro mundo.
El hombre actual apenas vive en paz. Aparece permanentemente agitado, alienado, frustrado, decepcionado. En actitud acechante, desconfiado, hastiado y desequilibrado. Aparece, en un palabra, sin paz. Y aparece así porque su armonía interior se ha desorganizado, porque persigue valores y realidades que no son tan importantes como aparecen y en cuya consecución está dejando parte de su vida interior…
Los resultados de esa pérdida de paz personal no pueden ser más funestos: el hombre no está satisfecho de sí mismo, no vive contento, no disfruta con las pequeñas cosas de cada día.
Y junto a la pérdida de esa paz individual nuestro mundo conoce desde antiguo la pérdida de la paz colectiva. Hoy, el mundo suspira por la paz y ella se aleja del horizonte del modo más lamentable. Y todo porque predomina el egoísmo sobre el amor, la intransigencia sobre la comprensión, el odio sobre la misericordia, la injusticia sobre la justicia. Y todo porque el hombre no quiere ver en el hombre a su hermano sino a su enemigo.
Por eso resulta tan entrañable y alentador el gran regalo de Cristo a los suyos: la Paz. Es curioso que si hemos hecho alguna experiencia de vivir con un poquito de sinceridad el cristianismo, hayamos experimentado que la paz se hacía presente en nuestra vida. Es curioso que si hemos dejado de tener como valores fundamentales el dinero, el poder, el prestigio y un largo etcétera de posibilidades semejantes hayamos experimentado que la paz nos invadía. Es curioso que si nos hemos comprometido en el trabajo atento y cariñoso con el “otro”, hemos puesto a su disposición lo que somos y lo que tenemos, hayamos experimentado que la paz se colaba en nuestro interior y que la armonía se restablecía en nuestro ser. Es curioso que cuando hemos dejado de contemplar al prójimo como un enemigo en potencia para catalogarlo como un hermano haya desaparecido ese aguijoneamiento permanente que se instala en lo más profundo de nuestro ser en ocasiones. Es curioso que cuando hemos pretendido vivir un poquito como cristianos hayamos descubierto que no entendemos cómo el hombre pueda estar permanentemente inquieto, alienado, frustrado y traumatizado.
Y es curioso que sabiendo todo esto no nos decidimos de verdad a aceptar con toda generosidad el regalo de Cristo en su Pascua: la Paz, y hacer traslado de ésta al mundo, que la espera con toda impaciencia, harto ya de tanta mentira como escucha y de tanta tomadura de pelo como se reparte con toda seriedad por los cuatro puntos cardinales del planeta, al que los cristianos estamos llamados a cambiar y convertirlo en un sitio habitable, donde los hombres puedan sentirse orgullosos de serlo y estén convencidos de que la vida es algo que merece vivirse con toda la ilusión del mundo.

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