CON LA MAGIA EN LOS ZAPATOS
Un producto singular, nin duda, cómico, pero que alberga posibles lecturas de interés. Se trata, en CON LA MAGIA EN LOS ZAPATOS, de una fábula moderna en la que Max Simkin (Adam Sandler) es un zapatero judío que ha heredado el negocio familiar de los zapatos.
Es solitario y poco socialble, no le entusiasma su trabajo y vive con su algo demenciada madre anciana. Su vida experimenta un cambio revolucionario cuando descubre que una de las antiguas máquinas de reparar calzado que heredó de su padre posee un extraño poder: si Max se calza un zapato reparado por esa máquina, se transforma físicamente en el dueño del zapato. Es como una especie de superpoder que le permigte hacer mucho bien, o mucho mal, usando identidades ajenas. El bueno de Max va a tratar de hacer el bien, pero se va a meter en demasiados líos, que le van a obligar a tomar decisiones difíciles.
La película -quizá sin pretenderlo- plantea asuntos interesantes, cómo ¿dónde reside nuestra identidad? ¿Es lo físico independiente de lo espiritual? E
Es muy llamativo ver cómo, en algunas ocasiones en la que Max adopta el cuerpo de una mala persona, su apariencia, su rostro, se humanizan. la película juega con la idea de que "el hábito no hace al monje", y que lo que reaalmente nos define es nuestro yo intangible que dirige nuestros uizá es lo que ha irritado a los gurúsactos.
Aunque la película no es más que un cuento para adultos, su planteamiento capriano es evidente, y quizá es los que ha irritado a los gurús de la crítica norteamericana.
Su exaltación del barrio popular, con el anciano que quiere abandonar su piso donde vivió con su mujer a pesar de la extorsión de los especuladores, ese aire robinhoodesco de que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón, y ese desenlace tan positivo... son elementos que parecen haber irritado a los críticos.
Evidentemente, no estamos ante una obra maestra, pero es original, fresca, y se ve con una sonrisa en la boca. Y encima triunfa el bien sobre el mal, como en cualquier cuento que se precie, y eso siempre se ha considerado vulgar por los maestros de ceremonias culturales.
Su exaltación del barrio popular, con el anciano que quiere abandonar su piso donde vivió con su mujer a pesar de la extorsión de los especuladores, ese aire robinhoodesco de que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón, y ese desenlace tan positivo... son elementos que parecen haber irritado a los críticos.
Evidentemente, no estamos ante una obra maestra, pero es original, fresca, y se ve con una sonrisa en la boca. Y encima triunfa el bien sobre el mal, como en cualquier cuento que se precie, y eso siempre se ha considerado vulgar por los maestros de ceremonias culturales.
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