miércoles, 4 de noviembre de 2015

LA PALABRA DE DIOS

DOMINGNO XXXIII TIEMPO ORDINARIO
15 NOVIEMBRE 2015
+ Lectura del Santo Evangelio según San Marcos.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

– En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.
Aprended lo que os enseña la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta.
Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.
El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.


Marta, una joven esposa chilena, y su hijo de muy corta edad fueron dos supervivientes del accidente aéreo del avión de Avianca en Madrid, a unos cuatro kilómetros del aeropuerto de Barajas. Su bloque de asientos había salido despedido a cincuenta metros del lugar de la caída. Momentos después, y tras haberse arrastrado con su hijo cincuenta metros más, el gigantesco avión estalló en un fuego infernal, abrasando a su marido aún con vida. 
Entrevistada mucho tiempo después en la televisión de su país, el locutor le preguntó:
 -Señora Marta, ¿ha cambiado en algo su vida después del accidente? -Ha cambiado totalmente -respondió. -¿En qué? -insistió el locutor. -Es como si volviera por segunda vez a la vida, y no todos tienen esa posibilidad. En esta segunda vida soy más responsable. Ahora sé que lo verdaderamente importante es vivir con atención y sensibilidad a las pequeñas realidades de cada día: atender a mi niño, alimentarlo, lavarlo… Desde entonces saboreo más un día de sol, el aire puro, la vista de los árboles, las flores… ¡Todo ha cambiado para mí!… Esta mujer encontró la belleza del vivir cuando estuvo próxima a su fin. ¡Cuántos dirían lo mismo si pudieran tener la oportunidad que tuvo ella: la de volver a vivir! Esta mujer presta atención, desde entonces, a las pequeñas cosas de cada día. También nosotros debemos prestar atención a esas pequeñas cosas. Pequeñas gotas de agua, pequeños granos de arena forman los mares y las playas, escribió un poeta. Un cristiano puede decir: pequeñas cosas de cada día consiguen el Cielo. Jamás despreciemos las cosas pequeñas. Para un cristiano nada es insignificante y pequeño en relación con Dios y con nuestro prójimo. Un pequeño detalle, una pequeña atención pueden ayudar mucho; pueden calentar el corazón, pueden dar paz; pueden dar felicidad; pueden convertir el llanto en consuelo, el sufrimiento en esperanza.
 Decía santa Teresa de Jesús: «No tiene precio la cosa más pequeña si se hace por amor a Dios». Hermanas y hermanos, seguramente a favor de los demás no podremos hacer grandes cosas, cosas que llaman mucho la atención. No importa. El amor verdadero se puede ver en las pequeñas cosas, en los detalles insignificantes, en los trabajos más humildes de cada día. En el Evangelio de hoy Cristo nos habla del fin del mundo. No sabemos cuándo será. Lo que sí sabemos es que el fin del mundo, para cada uno de nosotros, será a la hora de nuestra muerte. En esta hora Cristo vendrá a llevarnos a la casa del Cielo. Así lo esperamos, confiados en nuestra buena conducta, pero sobre todo en la infinita misericordia de Dios. Y no olvidemos que así como en las pequeñas e insignificantes semillas están ya las flores y los frutos del porvenir, en nuestras pequeñas e insignificantes obras, hechas con amor y alegría, está ya nuestro porvenir: está el Cielo.

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