miércoles, 10 de febrero de 2016

LA PALABRA DE DIOS


2º DOMINGO DE CUARESMA
21 FEBRERO 2016

Lectura del santo Evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que aparecieron con gloria; hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y espabilándose vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: -Maestro, ¡qué hermoso es estar aquí! Haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube.
Una voz desde la nube decía: -Este es mi Hijo, el escogido; escuchadle.
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

El pasaje clave en este Evangelio de la Transfiguración, son sin duda las palabras dirigidas por el Padre a los tres discípulos preferidos de Jesús: “Este es mi Hijo amado: escuchadle”. Los hombres ya no tenemos tiempo para escuchar. Nos resulta difícil acercarnos en silencio, con calma y sin prejuicios al corazón del otro para escuchar el mensaje que todo hombre nos puede comunicar. En este contexto, tampoco resulta extraño que a los cristianos se nos haya olvidado que ser creyente es vivir escuchando a Jesús. Y, sin embargo, solamente desde esa escucha, cobra su verdadero sentido y originalidad la vida cristiana. Más aún. Sólo desde la escucha nace la verdadera fe. Un famoso médico psiquiatra decía en cierta ocasión: “Cuando un enfermo empieza a escucharme o a escuchar de verdad a otros…entonces, está ya curado”. Algo semejante se puede decir del creyente. Si comienzas a escuchar de verdad a Dios, estás salvado. La experiencia de escuchar a Jesús puede ser desconcertante. No es el que nosotros esperábamos o habíamos imaginado. Incluso puede suceder que, en un primer momento, decepcione nuestras pretensiones o expectativas. Su persona se nos escapa. No encaja en nuestros esquemas normales. Sentimos que nos arranca de nuestras falsas seguridades e intuimos que nos conduce hacia la verdad última de la vida. Una verdad que nos cuesta mucho aceptar. Pero si la escucha es sincera y paciente, hay algo que se nos va imponiendo. Encontrarse con Jesús es descubrir, por fin, a alguien que dice la verdad. Alguien que sabe por qué vivir y por qué morir. Más aún, alguien que es la Verdad. Entonces, empieza a iluminarse nuestra vida con una luz nueva. Comenzamos a descubrir con él cuál es la manera más humana de enfrentarse a los problemas de la vida y al misterio de la muerte. Nos damos cuenta dónde están las grandes equivocaciones y errores de nuestro vivir diario. ¿Cómo responder hoy a esta invitación dirigida a los discípulos en la montaña de la transfiguración? “Este es mi Hijo amado. Escuchadle”. Quizás, tengamos que empezar por elevar desde el fondo de nuestro corazón esa súplica que repiten los monjes del monte Athos: “Oh Dios, dame un corazón que sepa escuchar”. 

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