MAHE, EL PERRO Y EL NIÑO AUTISTA
Mahe
Es la viva imagen de la ternura. Un niño ingresado en el hospital y, a
su lado, subido a la cama, un labrador negro. ¿Se han vuelto locos los
médicos? ¿Qué pinta un animal en un centro sanitario? Son James –un
pequeño con autismo– y Mahe –su perro de asistencia–, inseparables desde
hace dos años y medio.
James no habla, tampoco mira a sus padres a la cara, y permanecer con
él en sitio público, en un restaurante, por ejemplo, es misión
imposible. Era. Porque ahora, y con Mahe a su lado, James consigue
mantenerse tranquilo. «Él le conforta» –explica su madre– que ha contado
a los medios australianos (esta imagen se tomó en el Hospital de
Brisbane) el efecto que el perro obra en su hijo. Por eso los médicos
decidieron que Mahe estuviera al lado de James durante unas pruebas que
servirán para determinar el alcance de las lesiones del pequeño. Al lado
de James y también de su familia, porque las horas en las que el chico
estuvo anestesiado, la compañía del fiel labrador fue un bálsamo para
Michelle, la madre de James.
La de este niño y Mahe es una de tantas historias de lealtad y
compañerismo protagonizadas por los perros de asistencia: para personas
en silla de ruedas, sordas o ciegas, pero también para niños con
autismo, con parálisis cerebral o con enfermedades que producen
frecuentes y peligrosas crisis. Los perros son capaces, a veces, de
conseguir retener la mirada de un niño que no es capaz de mantenerla
ante sus iguales, aunque sean sus padres. También pueden –lo comprobó el
mundo entero gracias a un vídeo subido en Youtube– tranquilizar a un
joven autista en plena crisis con una buena ración de caricias y
lametones.
Preguntaba a Dios el poeta Francis Jammes si, cuando muriera, le
guardaría un rinconcito de cielo para su gata. Viendo esta imagen, y
correcciones teológicas aparte, es imposible no pedir un precioso rincón
para Mahe y para tantos y tantos animales que mejoran la vida de las
personas.
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