miércoles, 7 de septiembre de 2016

LA PALABRA DE DIOS


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DOMINGO XXIV TIEMPO ORDINARIO
11 SEPTIEMBRE 2016
+ Lectura del Santo Evangelio según San Lucas
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos.” Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ‘¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.’ Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, reúne a las vecinas para decirles: ‘¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.’ Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.”
[ También les dijo: Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.» El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces se dijo: ‘Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.’ Se puso en camino adonde estaba su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello, y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.’ Pero el padre dijo a sus criados: ‘Sacad enseguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.’ Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.’ El se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.’ El padre le dijo: ‘Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado.» ]

No es difícil en la vida terminar con la sensación de estar perdido. Tarde o temprano el desencanto, la frustración, el fracaso, la decepción nos visitan y pueden penetrar hasta el fondo de nuestro corazón.
¿No os habéis fijado cuántos hombres y mujeres, jóvenes o adultos, se sienten perdidos? Perdidos, en su familia, en su profesión, perdidos en sus inversiones, perdidos en las relaciones sociales, perdidos ante la salud, ante la vida que pasa, ante la educación de los hijos, perdidos sin ver el camino. Se sienten como acabados, sin ilusión alguna, Solos.
Pero hay más. Son muchos los que secretamente se sienten roídos por el propio fracaso y pecado. Con la sensación de haber cometido muchas equivocaciones y de haber gastado las mejores energías de la vida al servicio de ideales muy ruines.
Hay momentos en que uno debe ser sincero consigo mismo y entonces “se pregunta si no se ha vivido para nada”. Ante estas experiencias hay algo que los creyentes no deberíamos olvidar nunca. Es algo que nos recuerdan las dos parábolas del Evangelio de hoy. Por muy perdidos que nos encontremos, por muy fracasados que nos sintamos, por muy culpables que nos veamos, “siempre hay salida”. Cuando nos encontramos perdidos, una cosa es segura; Dios nos está buscando. Como el Pastor busca la oveja perdida, como la mujer busca la moneda extraviada.
Esta es la buena noticia de Jesús. Dios es alguien que busca precisamente a los perdidos. Como el pastor que corre tras la oveja perdida. Porque Dios es el Dios de los perdidos, de los fracasados, de los “acabados”, de los que ya no encuentran salida en la vida, de los que ya “no tienen solución”.
Por eso, aunque nos parezca paradójico, precisamente, cuando nos vemos más pobres, más perdidos y desvalidos es cuando más cerca puede estar la salvación.
Puede ser el momento de encontrarnos con ese Dios que anda tras las personas perdidas. Quizás lo que necesitamos es más silencio. Sólo en el silencio podremos de nuevo encontrarnos con Dios. Dios nos habla cuando nos encuentra en silencio. Sólo en el silencio podremos llorar nuestra vida y sólo desde el silencio podremos renacer de nuevo y empezar con ilusión.
Y es que “sin silencio nadie puede sentir el alma”. Y hay que reconocer que vivimos en una sociedad que no favorece el silencio. El ruido, la agitación, las prisas nos aturden y lo invaden todo.
Pero, no estamos perdidos. Comenzamos a estar sedientos de silencio. Quizás nunca lo habíamos apreciado tanto, ni hemos estado tan dispuestos a buscarlo.
Pero un creyente no busca el silencio por el silencio. Busca a Dios en el silencio, a ese Dios “amigo de los pecadores”, el único capaz de encender de nuevo nuestra vida, de recrear nuestra existencia, e ilusionarnos en nuestros proyectos.
Todos necesitamos ser perdonados. Y no nos sentimos salvados sino cuando nos sentimos reconciliados, en paz, en lo más íntimo de nuestro ser.
Muy a menudo se nos olvida que Dios no nos ama, no nos busca porque nuestra vida sea recta y santa y esté repleta de buenas obras, sino porque nos siente como sus hijos. No nos ama porque somos buenos nosotros sino porque es bueno El. Porque El es el Dios del Amor.
Este amor y este perdón real de Dios nos liberan de recuerdos que nos humillan y de sentimientos de culpa que nos deprimen. Este amor y este perdón nos hacen crecer de manera sana a pesar de nuestros errores y miserias. Es sano dejarse encontrar por Dios que nos busca porque nos ama tal como somos.
¿Lo has pensado alguna vez? ¿Lo hacemos ahora…?

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