
DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO
30 OCTUBRE 2016
+ Lectura del santo Evangelio según San Lucas
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publícanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» El bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.” Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le contestó: «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.”
El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido
Con frecuencia, cuando nos sentimos profundamente pobres, tenemos la tentación de creernos dejados de la mano de Dios, como si a Dios no le importáramos demasiado o como si nadie cuidara de nosotros o como si a Dios se le hubiera olvidado que existimos y que sufrimos. Nos preguntamos: ¿será verdad que Dios me quiere? ¿Será verdad que Dios se preocupa por mí? ¿No tendrá otras cosas más importantes en qué pensar? Y nos parece que nosotros, ante Dios, somos muy poca cosa para merecer su atención y su cuidado.
Zaqueo, un hombre profundamente odiado y rechazado por las gentes de Israel. Las cosas ocurrieron en Jericó, cuando Jesús se acercaba ya a Jerusalén, donde lo iban a matar. Allí, un publicano, jefe de publicanos y rico, porque quería conocer a Jesús se subió a un árbol para verlo mejor y Jesús se fijó en él. El evangelio dice que este hombre recibió en su casa a Jesús y se puso muy contento. Sin duda deseaba ardientemente que Jesús se le acercara y le tratara con cariño. Cuenta el evangelio que todos murmuraban porque Jesús había entrado en casa de un pecador. Toda aquella gente que le despreciaba y que daba un rodeo por no encontrarse con Zaqueo, no podía ver con buenos ojos que Jesús entrara en la casa de este hombre. Luego ya sabemos lo que ocurrió. Zaqueo, puesto en pie delante de Jesús, como para dar más solemnidad a sus palabras, le dijo que su vida cambiaba desde ese momento, que la mitad de sus bienes sería para los pobres y que restituiría con creces lo que había robado. Debió de ser un gesto tan bonito que Jesús mismo proclamó que ese día había llegado la salvación a aquella casa. A Zaqueo debieron de sonarle a gloria esas palabras de Jesús. Él también era hijo de Dios. Tendríamos que meternos en su vida para saber bien lo que esto significaba para él.
Ahora, al leer en el evangelio este hecho tan bello de Jesús, sabemos que quiere decirnos muchas cosas: que Dios nunca nos da por perdidos, aunque tengamos nuestra vida rota, que nos quiere entrañablemente, que aunque todos nos odien, Dios nos sigue queriendo y buscando. Jesús decía que había venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. Ése ha de ser también nuestro estilo de vida: hacer presente en el mundo el amor misericordioso de Dios por sus hijos más pobres y más destrozados.
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