lunes, 23 de enero de 2017

LA PALABRA DE DIOS


Resultado de imagen de vosotros sois la luz del mundo
DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO
5 FEBRERO 2017
+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 13-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del candelero, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»


Un soldado norteamericano había tenido una hija con una vietnamita durante la guerra de Vietnam. Ahora, en Norteamérica, vivía con su esposa y un hijo único, pero se escribía con su hija, hasta que, al cumplir esta doce años, la recibió en su casa.
Los vecinos del barrio, algunas amistades e incluso el hijo adoptaron desde el primer momento una actitud de desprecio hacia el padre y hacia la hija; especialmente una viuda que vivía al lado, cuyo esposo había sido muerto por los vietnamitas en la guerra. La cosa se fue agravando hasta ocasionar la huida de la niña, despreciada en Vietnam por ser hija de un norteamericano y odiada en Norteamérica por ser hija de una vietnamita. Y todos los esfuerzos del buen padre por hacerse comprender de su hijo, vecinos y amistades, resultaron inútiles.
En casa trabajaba de pintor un hombre de noble corazón. Un día habló a solas con la viuda en presencia del hermano de la niña vietnamita y dijo:
-Yo conocí a su marido: era un buen hombre.
-¿Dónde lo conoció?
-preguntó la viuda.
-En la guerra de Vietnam. Yo estuve allí -respondió el pintor.
-¿Y sabe cómo murió? -volvió a preguntar la viuda.
-Sí -contestó el pintor-. Él amaba profundamente a los niños vietnamitas, víctimas de la guerra; los visitaba, los protegía, les procuraba alimentos y medicinas; vivía pensando en ellos. Y un día, al dirigirse a ellos con una carga de alimentos, estalló una bomba y murió. ¡Él fue un héroe!
Momentos después la viuda y el muchacho suplicaban perdón al dolorido padre y juntos buscaron a la niña, que había escapado, para tener con ella una cordial reconciliación. Pronto el barrio entero había cambiado de actitud. Este pintor supo apagar el odio y encender el amor.
¡Qué distinta sería la actitud de los vecinos, si hubiera atizado el odio!
¡Cuánto bien podemos hacer también nosotros en tantas y tantas ocasiones como la vida nos ofrece!
Cuentan que un niño se encontró una noche con un ciego que llevaba a su espalda un haz de leña y una vela encendida en su mano. «¿Para qué llevas la vela si estás ciego? -preguntó el niño-. No te sirve de nada si no puedes ver». El ciego le respondió: «Al contrario; me sirve para mucho. Llevo esa vela para que los hombres distraídos me vean y no tropiecen conmigo».
Hermanos y hermanas: Seamos luz con nuestras buenas obras para que los «distraídos», es decir, los que andan despistados por el camino de la vida las vean y no den tropezones. Aquel pintor, con su actuación, fue luz para los vecinos de su barrio.
La sal da sabor a los alimentos. Seamos sal como nos pide Jesús, no para amargar la vida de nadie sino para hacer agradable la vida de todos.
Por otra parte, la sal vale para que los alimentos no se corrompan. ¡Ay! ¡Cuánta menos corrupción habría en el mundo si los que nos llamamos cristianos, es decir, discípulos de Cristo, lo fuéramos de verdad!
Jesús nos pide a los cristianos que seamos la luz del mundo y la sal de la tierra; en definitiva nos pide que hagamos más llevadera y más feliz la vida de los demás.

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