DOMINGO V TIEMPO ORDINARIO
MT. 5, 17 - 37
9 FEBRERO 2014
DESARMAR LA PALABRA
Si uno llama a su hermano «imbécil»...
El conocido
escritor italiano, Alessandro Pronzato, en su libro titulado «En busca de las
virtudes perdidas» (Ed. Sígueme, Salamanca 2001). Su tesis es clara: hemos de
cuidar mejor actitudes como la paciencia, el respeto, la discreción, la
dulzura, la honradez, el sentido del deber..., si queremos vivir de manera más
humana en una sociedad donde el individualismo, la búsqueda de eficacia o el
éxito fácil parecen invadirlo todo.
Entre otras
cosas, Pronzato denuncia en su libro la «profanación del lenguaje» en nuestros
días. No está de moda hablar respetuosamente y con delicadeza. Es más frecuente
el lenguaje decadente y de mal gusto. Es fácil detectar tres hechos
lamentables: la violencia verbal, la maledicencia en el hablar y la vulgaridad.
El hablar actual
refleja con frecuencia la agresividad que habita el corazón de las personas. De
su boca brota un lenguaje duro e implacable. Palabras ofensivas e hirientes,
pronunciadas sólo para humillar y despreciar, para descalificar y destruir.
¿Por qué está tan extendido este lenguaje hecho de insultos e injurias? A
veces, todo proviene de la agresividad, el rechazo o el deseo de venganza.
Otras, de la antipatía o la envidia. A veces, de la ligereza e inconsciencia.
Otro rasgo del
lenguaje actual es la maledicencia. Las conversaciones están llenas de palabras
injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y
sin respeto, que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi
siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza. Palabras que no alientan
ni construyen.
Otro síntoma
penoso es la vulgaridad, el lenguaje desvergonzado y hasta procaz. Hay quienes
no pueden expresarse sin aludir de forma irreverente a lo sagrado, o sin
utilizar términos groseros e indecentes. No está de moda el lenguaje amable o
las palabras educadas. Impacta más el mal gusto y la transgresión.
No ha perdido
actualidad la advertencia de Jesús pidiendo a sus seguidores no insultar al
hermano llamándolo «imbécil» o «renegado». Cuando se tiene un corazón noble y
una actitud digna, se habla de otra manera más respetuosa y pacífica.
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