DOMINGO III TIEMPO CUARESMA
JN. 4, 5-42
23 MARZO 2014
Son bastantes las personas que, a lo largo de estos años,
se han ido alejando de Dios, casi sin advertir lo que realmente estaba
ocurriendo en sus vidas.
Hoy Dios les resulta un “ser extraño”. Cuando entran en
una iglesia o asisten a una celebración religiosa, todo les parece artificial y
vacío. Lo que escuchan se les hace lejano e incomprensible.
Tiene
la impresión de que todo lo que está ligado con Dios es infantilismo e
inmadurez, un mundo ilusorio donde falta sentido de la realidad.
Y,
sin embargo, esas mismas personas en cuya vida apenas hay experiencia religiosa
alguna, andan con frecuencia a la búsqueda de paz interior, de profundidad, de
sentido. Más aún. Aunque ya no creen en “el Dios de su infancia”, acogerían de
nuevo a Dios si lo descubrieran como la Realidad gozosa que sostiene, alienta y
llena toda de vida.
Pero,
¿se puede encontrar de nuevo a Dios una vez que la personas se ha alejado de
toda religiosidad? ¿Es posible una experiencia nueva de Dios? ¿Por dónde
buscar?
Algunos
buscan “pruebas”. Exigen garantías para tener seguridad. Pretenden controlar a
Dios, verificarlo, analizarlo, como si se tratara de un objeto de laboratorio.
Pero
Dios se encuentra en otro plano más profundo. A Dios no se le puede aprisionar
en la mente. Quien lo busca sólo por la vía estrecha de la razón corre el
riesgo de no encontrarse nunca con Él. Dios es “el Misterio del mundo”. Para
descubrirlo, hemos de ahondar más.
Precisamente
por esto, algunos piensan que Dios no está a su alcance. Tal vez esté en algún
lugar lejano de la existencia, pero habría que hacer tal esfuerzo para
encontrarse con Él, que no se sienten con fuerzas.
Sin
embargo, Dios está mucho más cerca de lo que sospechamos. está dentro de
nosotros mismos. O lo encontramos en el fondo de nuestro ser o difícilmente lo
encontraremos en ninguna parte.
Si
yo me abro, Él no se cierra. Si yo escucho, Él no se calla. Si yo me confío, Él
me acoge. Si yo me entrego, Él me sostiene. Si yo me dejo amar, Él me salva.
Tal
vez la experiencia más importante para encontrar de nuevo a Dios es sentirse a
gusto con Él, percibirlo como presencia amorosa que me acepta como soy. Cuando
una persona sabe lo que es sentirse a gusto con Dios a pesar de su mediocridad
y pecado, difícilmente lo abandona. Recordemos las palabras de Jesús a la
samaritana: “Si conocieras el don de Dios... le pedirías de beber y él te
daría agua viva”
Muchas
personas están abandonando hoy la fe sin haber saboreado a Dios. Si conocieran
lo que es encontrarse a gusto con Él, lo buscarían.
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