III DOMINGO DE PASCUA
4 MAYO 2014
LC. 24, 13-35
La
madre Teresa de Calcuta, aquella santa en vida que junto con otras hermanas de
la caridad se dedicaban al cuidado de los inválidos, de los moribundos, de los
hambrientos, de los leprosos, de los alcohólicos y de todos los que sufrían mil
calamidades, nos contaba lo siguiente:
«En
Calcuta atravesábamos un período de escasez de azúcar. Un niño pequeño, un niño
hindú de cuatro años de edad, vino con sus padres. Trajeron un pequeño tarro de
azúcar.
Al
entregármelo, el pequeño dijo: "Por tres días no tomaré azúcar. Dáselo a
tus niños".
Unas
semanas antes de mi viaje a Estados Unidos
-continúa
diciendo- alguien vino a nuestra casa una noche y nos dijo: "Hay una
familia hindú con ocho hijos que llevan varios días sin comer".
Cogí
entonces un poco de arroz y acudí en su ayuda. Pude ver sus caritas, pude ver
sus ojos relucientes por el hambre.
La
madre tomó el arroz de mis manos, lo partió en partes iguales y salió
inmediatamente.
Al
volver le pregunté: "¿Adónde has ido? ¿Qué has hecho?".
Me
contentó: "También ellos tienen hambre".
Es
que al lado había una familia árabe con el mismo número de hijos. Ella sabía
que llevaban días sin comer.
Cuando
me fui, sus ojos brillaban de alegría porque madre e hijos podían compartir
algo con los demás, algo de lo que incluso necesitaban».
Hermanas
y hermanos, ¡qué ejemplo maravilloso nos dan a nosotros, que muchas veces ni
siquiera damos algo de lo que nos sobra!
La
fe cristiana no es creer en Dios y tener el corazón frío. No es sólo ir a misa
y rezar o hacer novenas o visitar santuarios. La fe cristiana es sobre todo
tener calor en el corazón y compartir, incluso haciendo el tonto a los ojos del
mundo. Como aquella señora que, en tiempos del hambre, al ver que una persona
estaba robando patatas en su finca, cambió de camino para que esa persona no se
sintiera avergonzada. Era una madre que robaba porque sus hijos tenían hambre.
Esa señora era tonta para la sabiduría del mundo, pero no para la sabiduría de
Dios.
En
el Evangelio de hoy, después de la muerte de Cristo, cuando dos discípulos iban
camino de Emaús, se encontraron con un viandante. Lo invitaron a quedarse con
ellos. Sentados a la mesa, el peregrino partió el pan y se lo dio. Al momento
reconocieron en él a Cristo resucitado. Es que los tenía acostumbrados a partir
el pan para compartir.
También la gente que nos ve reconocerá que somos
verdaderos cristianos si sabemos compartir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario