martes, 29 de abril de 2014

LA PALABRA DE DIOS

 
IV DOMINGO PASCUA
11 MAYO 2014
JN. 10 ,1-10

¿Y por qué muchos escuchan a los extraños ?
Está bien que cuidemos a las ovejas que están dentro. Jesús dice que las “ovejas atienden a la voz del pastor..... que éste camina delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirían”. 
Confieso que este texto me ha hecho daño. Porque me pregunto si no seré yo uno de esos “extraños” a quienes las ovejas ya no siguen. De lo contrario ¿cómo se explica que hoy sean tantos los que abandonan explícitamente la Iglesia y otros tantos siguen dentro pero sin reconocernos ya que viven en casa como extranjeros en su propia Iglesia?
Leyendo el texto, como pastor, surgen una serie de interrogantes, al menos si queremos leerlo desde la condición de pastores. Lo primero que uno se pregunta es: “¿realmente atienden mi voz?”, “¿camino delante de ellas?”, “y ellas me siguen porque conocen mi voz?”. “A un extraño no lo seguirían, sino que huirían de él, porque no conocen la voz de los extraños”.
Y entonces ¿cómo se explica que hoy tantos abandonen la Iglesia y se pasen a las sectas o simplemente lo dejen todo? Con frecuencia les hemos echado la culpa a ellos. La culpa la han tenido ellos. Estoy leyendo el Documento Aparecida de Latinoamérica:

“Según nuestra experiencia pastoral, muchas veces, la gente sincera que sale de nuestra Iglesia no lo hace por lo que los grupos “no católicos” creen, sino fundamentalmente, por lo que ellos viven; no por razones doctrinales, sino vivenciales; no por motivos dogmáticos, sino pastorales;. Esperan  encontrar respuestas a sus inquietudes pero no las encuentran en la Iglesia".

Por fin, la Iglesia reconoce que no siempre los que se van son los culpables, sino los que nos quedamos. Reconoce además que muchos de ellos es gente sincera. Y que no lo hace por lo que “los otros crean, sino por lo que ellos viven”. No es un problema dogmático sino de vida y de pastoral. No por teorías teológicas sino por el método pastoral que utilizamos en la Iglesia. Y lo que todavía me parece más serio es que quieren “encontrar respuestas a inquietudes” que entre nosotros no encuentran.  Aspiraciones cuya respuesta no encuentran en la Iglesia.
¿Dónde quedan las palabras de Jesús el Buen Pastor de que “atienden a su voz” y las “ovejas le siguen porque conocen su voz y que a un extraño no le seguirían, sino que huirían de él”? Y ahora resulta que escuchan a los “extraños”, “entienden su voz” y les “siguen” y en cambio a nosotros “nos abandonan”.  Y no es que se trate de problemas dogmáticos sino sencillamente por “problemas de vida”, por falta de “respuestas” que buscan y no encuentran.
Confieso que siempre había leído este texto de Juan más desde los fieles que desde nosotros los pastores. Y hoy que lo leo desde mi propia acera, me siento mal, incómodo y preocupado.
Hasta aquí reconozco que el Documento me hace doler el alma, pero al menos me parece una confesión de sinceridad de que algo nos está fallando a nosotros en la Iglesia. Algo no funciona debidamente como Iglesia, tanto en nosotros los pastores como en nuestras comunidades. Y esta confesión creo debe ser un punto de partida. Al menos para cuestionarnos como pastores de la Iglesia, y como principio de revisión y renovación de nuestra pastoral.
¿Qué le está faltando a nuestra voz para que ya no la reconozcan?
¿Qué le está faltando a nuestra predicación para que no responda a sus interrogantes e inquietudes?
¿Qué le está faltando a nuestras Diócesis o  Parroquias para que no encuentren en ellas vida?
¿Será que nuestros fieles no se sienten llamados por su nombre, y por tanto se sienten anónimos en una Iglesia anónima?
¿Será que ni se sienten conocidos ni nos conocen porque vivimos lejos de ellos,?
Y aquí las preguntas pueden seguir. Y pueden seguir porque lo más fácil es culpar a los que se alejan de la Iglesia. Y lo difícil es reconocer que se nos van porque no les decimos nada ni encuentran vida en nosotros.
¿Tendremos que seguir con este estilo de vida parroquial más geográfico que relacional y personal?
¿Tendremos que seguir esperándolos a que ellos vengan en vez de ir a buscarlos?
¿Nuestras celebraciones no serán demasiado respetuosas con el misterio que celebramos, pero muy poco humanas con los que participan en ellas?
Está muy bien el respeto que se merece el misterio de Dios, pero ¿no merece un mayor acercamiento el misterio de nuestros hermanos los hombres y las mujeres de hoy?


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