viernes, 19 de septiembre de 2014

LA PALABRA DE DIOS


DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO
28 SEPTIEMBRE 2014



+ Lectura del santo Evangelio según San Mateo

En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenia dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: 'Hijo ve hoy a trabajar en la viña. Él le contestó: No quiero. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: Voy, señor. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre? Contestaron: “El primero”.
Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y aún después de ver esto vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis.»



Cuentan que una princesa tenía un hermoso collar de perlas, regalo de su padre el rey. Un día un cuervo entra en las lujosas habitaciones de la princesa, toma el collar en su pico y levanta el vuelo con él.
La princesa descubre la falta de la joya y se desespera. El rey regala a su hija otro collar más lujoso que el primero, pero..., no; el que ella quiere es el primero.
El rey hace saber a los ciudadanos que llenará de riquezas al que encuentre la desaparecida joya de su hija.
Y los ciudadanos se ponen como locos a buscar el collar de perlas.
Entretanto, el cuervo se ha aburrido de la joya y la ha abandonado en la rama de un árbol. El árbol está al lado de un riachuelo de claras aguas y estas reflejan los brillos del maravilloso collar.
Un joven cree descubrir el collar en el fondo del río y se lanza a las aguas contentísimo por la suerte que ha tenido, pero por más que lo intenta una y otra vez, no acierta a atrapar la joya, hasta que de pronto pasa por allí un anciano muy sabio, uno de esos ancianos sabios que se lo saben todo, y le dice al joven: «El collar que buscas no está en el río, como parece; es inútil que lo sigas buscando ahí. Está en la rama del árbol. Mira hacia arriba».
Hermanas y hermanos: desde que nacemos hay en nosotros unas ansias tremendas de felicidad. Esas ansias están en el niño que tiende sus bracitos hacia todo lo que ve y quiere llevar a la boca todo lo que toca, y todo lo quiere tocar y tragar. Después, cuando crece, se abraza a sus juguetes y, ya hombre, continuará siempre abrazado a muchas cosas, pero no se siente nunca satisfecho porque lo que uno abraza no es Dios; es sólo un reflejo de Dios.
La felicidad no podemos encontrarla en las cosas; tenemos que mirar hacia arriba. La felicidad es Dios; en este mundo sólo encontraremos gotitas de felicidad, pero es en Dios donde hay un mar de felicidad. Por eso nos dice san Pablo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el entendimiento humano pudo comprender lo que Dios tiene preparado en el cielo para los que lo aman.
Dios nos ama más que lo que nosotros podemos amarnos. Nosotros muchas veces no nos amamos de verdad a nosotros mismos; y así, por ejemplo, el que se deja dominar por el vicio no se ama de verdad a sí mismo, ya que está poniendo su salud en peligro.
La naturaleza está llena de señales del amor que Dios nos tiene. Son señales del amor de Dios, pongamos por ejemplo, la luz del sol que nos alumbra, el agua que bebemos y el aire que respiramos.
Los que contemplamos la naturaleza, sin darnos cuenta de las señales del amor de Dios, nos parecemos a una muchacha que no sabe leer y tiene delante de ella una carta de amor que el rey escribió para ella.
Dios nos ama y a su amor hay que corresponder con amor. Para corresponder al amor de Dios, nuestro Padre, como para corresponder al amor de cualquier padre, lo más importante no son las palabras sino las obras.
Hay hijos que tienen buenas palabras, mucho bla, bla, bla. Se comen el mundo hablando, pero luego, nada de nada. Y los hay protestones, pero a la hora de la verdad siempre están dispuestos a arrimar el hombro.

No olvidemos que obras son amores y no buenas razones. 


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