
3º DOMINGO DE PASCUA
10 ABRIL 2016
Lectura del santo Evangelio según san Juan
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: – Me voy a pescar.
Ellos contestan: – Vamos también nosotros contigo.
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice:
– Muchachos, ¿tenéis pescado?
Ellos contestaron: – No.
El les dice: – Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
– Es el Señor.
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron a la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: -Traed de los peces que acabáis de coger.
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: – Vamos, almorzad.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer dice Jesús a Simón Pedro: – Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
Él le contestó: – Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dice: – Apacienta mis corderos.
Por segunda vez le pregunta: – Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
Él le contesta: – Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Él le dice: – Pastorea mis ovejas.
Por tercera vez le pregunta: – Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le constestó: – Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.
Jesús le dice: – Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: – Sígueme.
E stas cosas son las que cuenta el evangelio. Pero, como siempre, con todo
esto algo nos quiere decir el Señor a nosotros, que estamos celebrando
la gran fiesta de la resurrección. En nuestra vida y en nuestras
comunidades cristianas también anda el Señor. Quizás nos pase a nosotros
como a aquellos cristianos de la barca. No terminamos de reconocer al
Señor, pero el Señor está. Además, Dios también nos habla desde las
cosas que ocurren en la vida. Muchos acontecimientos llevan la marca o
huella de Dios y nos transmiten su mensaje. A nosotros también nos
puede parecer que las cosas ocurren por casualidad, pero no es así.
Nuestro Dios no está ausente de nuestra vida. Es el Señor el que nos va
sacando de nuestras rutinas, el que nos implica en tareas bonitas, el
que nos hace sensibles a los problemas de los demás, el que nos va
descubriendo otros valores que antes no veíamos, y es también el que nos
anima y nos da fuerzas para seguir. El Señor anda con nosotros y va
cambiando nuestra vida. Creo que descubrir esa presencia misteriosa del
Señor entre nosotros es también una experiencia muy bonita. No es algo
que se sabe sólo con la cabeza. Es algo que se gusta, se saborea y se
disfruta con el corazón.
Ahora nosotros podemos pensar que nuestras eucaristías también se parecen a aquel encuentro amistoso de Jesús con sus discípulos en la playa. Para no hundirnos en el cansancio o para encontrar nuevas fuerzas ante las dificultades, necesitamos esos momentos de estar con el Señor y sentirlo a nuestro lado. El Señor también nos reparte a nosotros su alimento, que es su Pan y su Palabra. por eso, de nuestras eucaristías salimos más contentos, más animados y con más fuerzas para seguir al Señor. A nosotros el Señor tampoco nos abandona.
Ahora nosotros podemos pensar que nuestras eucaristías también se parecen a aquel encuentro amistoso de Jesús con sus discípulos en la playa. Para no hundirnos en el cansancio o para encontrar nuevas fuerzas ante las dificultades, necesitamos esos momentos de estar con el Señor y sentirlo a nuestro lado. El Señor también nos reparte a nosotros su alimento, que es su Pan y su Palabra. por eso, de nuestras eucaristías salimos más contentos, más animados y con más fuerzas para seguir al Señor. A nosotros el Señor tampoco nos abandona.
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