martes, 22 de noviembre de 2016

LA PALABRA DE DIOS


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2º DOMINGO DE ADVIENTO
4 DICIEMBRE 2016

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo
Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: – Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos.
Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: – Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la ira inminente?
Dad el fruto que pide la conversión.
Y no os hagáis ilusiones pensando: “Abrahán es nuestro padre”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras.
Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego.
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias.
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
El tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemara la paja en una hoguera que no se apaga.

Pero el principal personaje, que interviene en el escenario de hoy es Juan el Bautista, un personaje original, austero, importante. También nos habla de quién viene y para qué viene. A lo primero responde que “puede más que yo y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego”. En segundo lugar, el para qué o recado ante su venida es claro y directo: ”convertíos porque está cerca el reino de Dios. Dad el fruto que pide la conversión”.
El Bautista nos apremia a cambiar de vida. Una tarea no tan sencilla, ya que convertirse es cambiar de dirección, orientarse hacia Dios, lo cual supone girar brusca o suavemente e iniciar el camino con rumbo o sentido opuesto. Conversión que los frutos, los hechos se encargan de demostrar si es auténtica o falsa. Adjetivo que no depende de la categoría social, ni de los cargos, ni de los títulos, ni de las palabras, si no de las obras.

El escritor Anthony de Mello cuenta la historia de un sufi llamado Bayazid:
“De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía en decir a Dios:
“Señor, dame fuerzas para cambiar el mundo”.
A medida que fui haciéndome adulto, caí en la cuenta de que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar a una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir:
”Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo. Aunque solo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho”.
Ahora que soy un viejo y tengo los días contados, he empezado a comprender lo estúpido que yo he sido. Mi única oración es la siguiente:
“Señor, dame la gracia de cambiarme a mí mismo”.
Si yo hubiera orado de este modo desde el principio, no habría malgastado mi vida.
Y añade una coletilla: todo el mundo piensa en cambiar a la humanidad. Casi nadie proyecta cambiarse a sí mismo”.
En efecto, un modo de cambiar, de mejorar el mundo, de ir construyendo, creando el Reino de Dios es convertirnos cada uno de nosotros. Será también la forma más eficaz de llegar a los demás. Por ello acojamos el grito de Juan el Bautista: “preparad el camino del Señor”.
Ven, Señor, que te esperamos, ven, Señor, no tardes, ven pronto, Señor.

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